domingo, 3 de julio de 2011

BIBLIOTECAS PÚBLICAS, entre armas y letras

El 30 de junio se recuerda el Día del Bibliotecario en homenaje al Decreto de 30 de junio de 1830 que erige las bibliotecas públicas en las capitales de departamento y las provincias de Tarija y el Litoral, por decisión del Mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana. No era su primera experiencia en el tema bibliotecario, pues en 1824, siendo Prefecto del departamento de Chuquisaca, por encargo del Mariscal Antonio José de Sucre, había instruido la creación de la biblioteca pública en la ciudad de La Plata, la que luego originaría la Biblioteca Nacional. Santa Cruz era un convencido de la importancia de las bibliotecas para alcanzar el desarrollo de la naciente república.

Se puede pensar con justa razón que no era momento para ocuparse de bibliotecas, pues Bolivia enfrentaba una situación internacional delicada, debido a la férrea oposición de Argentina y Chile a la Confederación Peruano-Boliviana. Pese a ello, no descuidó el fomento de la lectura, escribiendo así una de las páginas épicas en la historia de las bibliotecas de Bolivia. Santa Cruz soñaba con bibliotecas cómodas y bien dotadas, limpias y aseadas, donde debía habitar, siempre, un portero y un bibliotecario. Un director, dos bibliotecarios y un portero era el personal ideal para cada una de las bibliotecas, además éstas debían depender de la Suprema Inspección del Gobierno, bajo la dirección del Instituto Nacional y las Sociedades de Literatura a nivel departamental.

El 24 de junio de 1838, las tropas argentinas aliadas a Chile invadieron las fronteras del sur de Bolivia, siendo rechazadas cerca de Jujuy, en la batalla de Montenegro, brillante acción de armas al mando del Gral. Otto Felipe Braun (llegó a Bolivia en 1825, con las tropas colombianas. Al producirse la invasión peruana en 1828, se retiró a Ecuador; volvió a Bolivia cuando asumió Andrés de Santa Cruz, adquiriendo la nacionalidad boliviana y sirvió al Gobierno como Prefecto de La Paz, Ministro de Guerra y Marina y Comandante en Jefe de las Provincias del Sur). Agradecido, Santa Cruz le otorgó el mariscalato y lo nombró Ministro de Guerra y Marina y Ministro del Interior de la Confederación.

Director. El 30 de junio, Santa Cruz firmó el célebre decreto y designó como primer director a José Manuel Loza (uno de los fundadores de la Universidad de La Paz, diputado y hombre de letras ligado al Iris de La Paz y La Época), quien de inmediato comprometió a la crema y nata de la intelectualidad paceña para enriquecer la Biblioteca Pública. Desde curas de aldea hasta el prefecto remitieron obras significativas, como la Historia americana de Robertson; Espíritu de las leyes de Montesquieu; Delitos y penas de Beccaria, Historia política y militar de Napoleón; Desigualdad personal en la sociedad, de Rousseau, Instituciones gramáticas de Nebrija, Evangelios en castellano y aymara de Vicente Pazos Kanki; Comentarios reales, Historia de los Incas y conquista del Perú de Garcilazo; Monarquía indiana de Torquemada; De Regio Patronatu Indiarum (1677) de Frasso, el inhallable Dictionarium octo linguae (1620) de Calepino; Cartas americanas políticas y morales de Manuel de Vidaurre, y más de 600 títulos… No cabe duda, era una de las bibliotecas más actualizadas (y politizadas) de la época, muy propia, diríamos, de la levantisca sociedad paceña. Desde El Iris, Loza informó nombres y señales de los ocasionales filántropos.

En julio de 1838, en el Perú, Orbegoso y Nieto traman una revolución para desconocer a Santa Cruz, y, con actitud venal, se alían con Chile. El 16 de julio, Bulnes sale de Valparaíso con 30 barcos de guerra transportando 5.400 soldados. Protegido por éste, el general Agustín Gamarra, desde Santiago, es nombrado Encargado de la República del Perú. El Iris de La Paz califica al general como “insigne traidor, carcomido revolucionario y viejo tirano”. Santa Cruz ingresa triunfante en Lima, el 10 de noviembre, en medio de caluroso recibimiento de la población.

El 30 de noviembre de 1838, en solemne acto, la Biblioteca Pública de La Paz inaugura sus actividades con encendidos discursos del prefecto Rivas, el munícipe Gutiérrez, el representante de la Universidad Mayor de San Andrés, Dr. Coello; el de la Academia Bolívar, Dr. Bueno Blacader y el de la Sociedad de Literatura, Dr. Prado. En su alocución, José Manuel Loza calificó la inauguración como “acontecimiento extraordinario que nos hace gustar de la paz entre las zozobras de la guerra”, afirmando que es “un establecimiento que populariza los medios de ilustración” en el que “un torrente de luz se deposita en este archivo de las producciones intelectuales del hombre”. Agradeció a los 44 “hijos del Illimani que obsequiaron 695 tomos y la suma de 110 pesos”, para enriquecerlo, y evocó con aprecio al Mariscal ausente: “Vosotros habéis iluminado la cuna de Santa Cruz, destinado a ilustrar su nombre armis et litteris”.

Unos 1.500 volúmenes se dispusieron “gratuitamente accesibles a todas las clases de la sociedad que concurra a ella”. Se incrementó con envíos generosos de los impresores que, en virtud del decreto del 30 de junio, tenían la obligación ineludible de depositar dos ejemplares de todo impreso en la biblioteca pública de su jurisdicción, entre ellos 65 periódicos y revistas publicados durante el Gobierno de Santa Cruz (1829 a 1839).

Obligaciones. El decreto reglamentario del uso de bibliotecas prescribe curiosas obligaciones para los usuarios: “Los concurrentes a la Biblioteca entrarán a sus salas sin capa, manto ni sombrero, sin saludar ni hablar. Les es prohibido todo acto de urbanidad con las personas concurrentes, (para garantizar) el silencio profundo que debe reinar”. En tanto, el bibliotecario “con ningún motivo negará o retardará la entrega de libros, papeles e instrumentos que se le pidan, a no ser que se hallen ocupados”.

El 6 de enero de 1839, el Ejército de la Confederación de Santa Cruz enfrentó al llamado Ejército Restaurador Chile-Perú en la batalla de Huaras, al norte de Lima. El 12 de enero, las armadas de ambos ejércitos se enfrentaron en el combate naval de Casma, con el triunfo de Chile. El 20 de enero se produjo la batalla de Yungay, favorable a Chile, decretando la disolución de la Confederación y la caída de Santa Cruz. No obstante, en ese mundo de Armis et Litteris, la obra cultural que inició continuó intermitente, pero imparable.

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