domingo, 27 de abril de 2014

Crónicas vitales de la ciudad de La Paz



Al pasar por la calle Pacajes, Don Víctor Mamani Apaza es atraído por extraños sonidos musicales y tentado a quedarse parado unos minutos; aunque no reconoce con exactitud el instrumento que los interpreta, puede presentir cierta dulzura y misterio que es desatado en ese instante; sus palabras describen aquella música de forma simple y precisa: ‘bien linda, che’. Y es que se ha iniciado un repentino solo musical en Villa Victoria...”.

Este es el principio de la historia de una joven chelista que vive en esa histórica zona de La Paz, es la promesa de un relato, son las primeras palabras que quieren traducir una experiencia real. Es una crónica.

“Música clásica en Villa Victoria” de Tania Benavente, y otras 12 historias escritas por otros estudiantes como ella de la carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), dan cuerpo al libro Crónicas paceñas.

Es un libro que cuenta historias de cuatro barrios paceños: Gran Poder, San Miguel, Sopocachi y Villa Victoria. Es un libro de formato grande y buen papel, cuidadosamente diseñado e impreso a todo color.

Pero el dato más relevante de este libro es que se han impreso 35.000 ejemplares. Una cifra que ni el más exitoso y popular de los escritores bolivianos podría jamás soñar para una de sus obras. Y que esos 35.000 ejemplares llegarán a un número igual de hogares paceños. Llegarán en hombros de los estudiantes de secundaria de las escuelas públicas porque forman parte de la Mochila Escolar Municipal.

Y, posiblemente, en esos hogares, este libro se acomodará junto a Imágenes paceñas de Jaime Saenz —obra de uno de los escritores más importantes de la literatura boliviana que también habla de lugares y habitantes de la ciudad de La Paz— que el año pasado fue distribuido a los estudiantes de secundaria por el Gobierno Municipal de La Paz.

Detrás de Crónicas paceñas —producido como material de apoyo para la educación secundaria—hay una experiencia pedagógica desarrollada en las aulas de la carrera de Literatura de la UMSA por el catedrático Guillermo Mariaca Iturri.

A lo largo de un año, los estudiantes de Mariaca hicieron un estudio de las características de la crónica en América Latina y realizaron ejercicios de escritura de este género que cabalga entre la literatura y el periodismo. Con estas herramientas, los estudiantes salieron a las calles a buscar y encontrar historias para contar. Así se relacionaron con los lugares y los habitantes de la ciudad en la que viven. Escribieron sus historias, pero también las documentaron gráficamente. Para ello, les fue suficiente utilizar sus teléfonos celulares como cámaras fotográficas.

“Creo que si este libro fue posible en la universidad —dice Mariaca—, será también posible para los estudiantes de los últimos años de secundaria. Podrá haber alguna distancia entre los grados de complejidad de la narración o los usos del lenguaje, pero no hay diferencias entre las experiencias de vida, que son el punto de partida de las crónicas”.

En un nivel, entonces, con Crónicas paceñas se trata de ofrecerles a los estudiantes materiales de lectura culturalmente adecuados. “No esperen que el profesor o la profesora les pidan leer —les dice a los estudiantes el alcalde de La Paz, Luis Revilla, en la presentación del volumen—. Lean por su cuenta.

Lean mucho. Lean siempre. La lectura nos abre la mente, nos lleva a conocer mundos distintos, nos lleva al pasado y al futuro y, sobre todo, nos hace mejores seres humanos”. Pero, en otro nivel, el libro puede ser también una herramienta para que los estudiantes escriban. VIDA. Este último elemento es, para Mariaca, el determinante. A diferencia de otros géneros literarios, como el cuento y la novela que construyen sus mundos a través de la imaginación, la crónica se basa en experiencias vividas, en sucesos reales.

“Precisamente de eso se trata —dice el académico— la crónica es narración de experiencias de vida cuya relevancia hace que podamos establecer un diálogo altamente educativo. La crónica es, sobre todo, una excepcional herramienta para compartir nuestras vidas. Es totalmente posible que los chicos de colegio, charlando con estos universitarios, puedan escribir crónicas. Crónicas de sus barrios, de su familia, de su historia familiar de tres o cuatro generaciones. Y eso nos va a iluminar como ciudad. Iluminar en el sentido que le da a esa palabra Walter Benjamín: nos va a decir de dónde venimos, a dónde vamos y cuáles han sido nuestros nudos en términos de sentidos sociales”.

“En el anillo que circunscribe a San Miguel, anillo que quiso ser el redondel de un hipódromo, se han ido instalando decenas de establecimientos comerciales. Allí donde antes había modestas casitas de rejas bajas, con un pequeño jardín en el ingreso, muy parecidas a las que solemos dibujar en la escuela, siempre acompañadas de un árbol, un sol y un río, han surgido nuevos lugares que ya no son la ‘casa de la Carmen’, el ‘living del Mario’, la ‘esquina del Alberto’, ‘la calle de la Estela’. En esos y otros espacios familiares se han alzado cafés, restaurantes, pastelerías, joyerías, heladerías, tiendas de ropa y zapatos…”. Así comienza “Madame Ulupica”, otro texto que forma parte de Crónicas paceñas, escrito esta vez por Milenka Torrico Camacho.Guillermo Mariaca —quien realizó estudios de posdoctorado en Historia Intelectual de América Latina— a lo largo de su carrera académica ha reflexionado sobre las relaciones entre la literatura y la sociedad y, en un ámbito más específico, sobre las relaciones entre la literatura y la educación. Su interés en el género de la crónica nació precisamente de esas reflexiones.

“La literatura en otros países de América Latina —dice Mariaca— ha producido visiones de mundo, es decir, visiones de cómo éramos, cómo somos y cómo queremos ser”.

Esas obras que producen sentidos en torno a los cuales una colectividad puede congregarse son, en la visión de Mariaca, por ejemplo, la novela Cien años de soledad del colombiano Gabriel García Márquez o el ensayo El laberinto de la soledad del mexicano Octavio Paz. Ambos galardonados con el Premio Nobel de Literatura.

Diálogo. “Pero en Bolivia —sigue— la literatura no ha logrado producir visiones de mundo. La literatura boliviana, incluso la que es comparable a la mejor literatura latinoamericana, ha fracasado en algo fundamental: no ha logrado convertirse en una herramienta de diálogo social y cívico, de diálogo político y cultural. No solo porque en Bolivia no se lee, sino porque los escritores no han construido un puente con la gente. Sencillamente no han logrado que la gente lea”.

Frente a ese panorama, la crónica tiene una ventaja. “A diferencia de la literatura —continúa Mariaca—, el sentido producido por la crónica no nace de visiones de mundo, sino de experiencias de vida. Y esa diferencia es fundamental”.

En el razonamiento del docente universitario, para que una comunidad pueda congregarse alrededor de visiones de mundo producidas por la escritura necesita ciertas herramientas. La primera, naturalmente, saber leer. “Y en este campo, nuestro entrenamiento social y educativo es muy primario”, sostiene. Pero las limitaciones de la lectura —y con ello de la escritura— en la sociedad boliviana se relacionan con dimensiones más complejas. “Somos un país —dice Mariaca— que a diferencia de otros países latinoamericanos no ha desterrado la oralidad, pero tampoco ha logrado instalar un diálogo creativo y productivo entre la oralidad y la escritura. Son dos mundos separados, dos maneras de producir imaginación, creación y ficción diferentes. La oralidad sigue siendo el referente en el área rural y la escritura es un referente secundario, complementario en el mejor de los casos. Y en las ciudades, aunque la escritura es referente de muchas cosas, sobre todo es un referente legal, formal, jurídico o normalizador”.

El resultado de esta realidad es que la crónica, al partir de experiencias de vida, resulta un género muy próximo para la gente que vive cotidianamente esas realidades mixtas de oralidad y escritura. “En Bolivia —sigue Mariaca—, como la crónica produce sentido a partir de experiencias vitales, la gente se identifica muy rápidamente, puede leer muy fácilmente incluso un texto de muy difícil lectura como Imágenes paceñas. La gente lo lee, le gusta y lo entiende, dialoga con él, a pesar de que es un libro ambientado hace 50 años. La crónica tiene la potencialidad de ser un puente entre ambos mundos: el mundo oral y el mundo escrito”.Historias. “A los 86 años, Don Víctor Chávez, modisto de mujeres, sigue envejeciendo en una casona derruida en la que ha pasado la mayor parte de su vida. La Posada, el lugar en el que vive, es un caserón ubicado entre las calles Ricardo Bustamante y Sebastián Segurola, una de las cinco esquinas que confluyen en la plaza de la zona Gran Poder, donde un Cristo blanco con los brazos abiertos se impone en medio del bullicio dominical de esta populosa zona de la ciudad…”. (La Posada, el lugar de la memoria desvencijada de Édgar Soliz Guzmán.)

“En los 60 aprendimos que los colchones tienen un uso adicional: puestos en las ventanas protegen a las familias de las balas. Desde la casa de Giovanna se veía directamente el cerro de Laikakota, donde nos dijeron que se refugiaban los milicianos. Con semejante dato imaginábamos cuevas tenebrosas, plagadas de penumbra, murciélagos y frío, desde donde nos vigilaban —armados hasta los dientes—oscuros personajes… desde allí dispararían hacia nuestras ventanas, hacia nuestras vidas…”. (Aprender en Sopocachi de Catalina Villalba).

Historias. Historias de personajes y lugares de la ciudad, narradas vitalmente por estudiantes de la universidad en Crónicas paceñas.


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