lunes, 14 de agosto de 2017

Fértil obra del escritor Mariano Baptista Gumucio

“La distinción de la que hoy me hace la Cámara del Libro de La Paz, en el marco de la Feria de Libros me honra y también a mi familia, en un grado que no puedo expresar. Agradezco profundamente tan noble gesto que me da la oportunidad de referirme brevemente a lo que pude hacer en mi breve vida pública. Abandoné la política militante en mi juventud al ver el desmoronamiento de las esperanzas de abril de 1952, advirtiendo como decía Borgues, que las ideas nacen tiernas pero envejecen feroces. Fui nombrado Secretario de Culturas de la flamante Central Obrera Boliviana, que dirigía Juan Lechín Oquendo. Tomé pues partido, de una manera apasionada por la cultura, entendiendo que su fomento y expansión salvará a Bolivia como no pudieron hacerlo el salitre, el caucho, el estaño y el gas, y ni siquiera la coca-cocaína, que hasta ahora solo nos han traído desgracias.

Pase por el Ministerio de Educación, en tres oportunidades, cuando con muy escasos recursos tuvo lugar una campaña de alfabetización que fue distinguida con una medalla de Unesco, y diversas obras pedagógicas e instituciones culturales que me valieron el premio “Andrés Bello”, de la Organización de Estados Americanos. Se logró también, sin costo para el Estado, la recuperación del “Palacio Chico”, en la calle Potosí, para sede del Ministerio de Culturas, así como el Museo de Arte Moderno en Santa Cruz.

Mi hogar periodístico ha sido “Última Hora”, donde creamos la revista cultural “Semana”, y la biblioteca popular, que alcanzó a editar 300.000 libros de 50 autores noveles y otros consagrados, distribuidos en las calles por los canillitas, superando con creces la producción de libros que habían logrado hasta entonces el Ministerio de Educación y editoras acreditadas, pero he trabajado también en otros medios por casi cinco décadas. Publiqué varias obras dedicadas a algunos varones, cuya labor intelectual o política quise destacar desde Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, que escribió en un millón de palabras la historia de Potosí, pero al mismo tiempo, un siglo antes de la independencia, prefiguró lo que sería Bolivia; hasta José Cuadros Quiroga, inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario, pasado por Alcides D’Orbigny, Gabriel René Moreno, Franz Tamayo, Man Césped, Carlos Medinaceli, Augusto Guzmán, Wálter Guevara Arce, Augusto Céspedes y Joaquin Aguirre Lavayén. Pensando en las vidas de las que me ocupe muchas corresponden a la generación de mi padre y ahí encuentro otra clave de mi conducta, el reconocimiento de quienes nos precedieron e hicieron obra de bien. El país no ha nacido de gajo y nosotros los que llevamos el gentilicio de bolivianos no somos hijos del desierto. Abominar del pasado no solo es cosa de mentecatos, sino de ingratos, pues lo que somos lo hemos heredado, con sus luces y sus sombras. Freud ha elaborado toda una teoría sobre el “odio al padre”, y las consecuencias que éste fenómeno puede tener en la vida social. Sin duda que he cometido errores y pecados, pero no he sido parricida, ni intelectual ni políticamente.

Y habiendo pasado en vela algunas noches en el Palacio Quemado, escribí también sobre ese caserón, una biografía desde sus inicios como cabildo de La Paz.

El edificio está indisolublemente ligado a la historia de Bolivia; nada tiene que ver con el imperio romano o el español y además de los tres magnicidios que se cometieron allí, en sus poderes se centró el poder político por casi dos siglos. En su lugar y a sus espaldas, se ha construido un bloque de cemento de 29 pisos como nuevo símbolo del poder Ejecutivo. El contraste entre ellos es tan grande que el viejo palacio republicano con sus tres pisos cargados de historia semeja ahora una vivienda para los siete enanitos de Blanca Nieves.

Me ocupé en otro volumen de los jesuitas, que nos legaron los viejos templos y la música barroca de Moxos y Chiquitos, hoy patrimonio de la Humanidad. A pedido de los comunarios de San Cristóbal en los Lípez de Potosí, escribí un libro sobre esa mina de plata, la tercera más grande del mundo y rival del cerro rico de Potosí.

Dediqué otras obras al tipo de escuela y de educación que aún perviven en Bolivia, pues desde mis años de escolar hasta los de Ministro, consideré que era cruel y además insignificante en términos de rendimiento, el encerrar a los niños y a jóvenes por doce años en aulas que muchas veces parecen cárceles, mientras el mundo, sobre todo en las últimas décadas, ofrece tan maravillosas posibilidades de educación, con el apoyo de los modernos sistemas electrónicos. De ahí que para predicar con el ejemplo mantengo desde hace 16 años, sin faltar una sola vez, el programa televisivo semanal “Identidad y magia de Bolivia”, que me ha permitido recorrer varias veces el país.

Me he detenido en monumentos precolombinos, iglesias, museos, universidades, hospitales, hoteles o campos de cultivo. Mi propósito fue hacer conocer al público, nuestro territorio en toda su estupenda diversidad, el mismo que infortunadamente, arde anualmente por cuatro costados, no figurativa, sino efectivamente a través de chaqueos, provocados por semi alfabetos u otros, a quienes en la escuela, no les enseñaron sobre ecología y respeto a la naturaleza, cuando no es envenenado por los químicos que se emplean en la elaboración de la cocaína.

Tuve oportunidad en estos recorridos de conocer y exaltar la labor de filántropos anónimos, escritores, historiadores, artistas plásticos y escultores, músicos, médicos, sacerdotes, artesanos y campesinos, hombres y mujeres que aportan a Bolivia con su labor creadora.

El propósito subyacente de este emprendimiento fue además el de elevar la autoestima y la fraternidad entre bolivianos. No tarea fácil, pues de no haber mediado invitaciones, me habría sido posible trasladarme de un sitio a otro. Tampoco las condiciones de locomoción son fáciles y además quedé en más de una oportunidad inmovilizado por bloqueadores abusivos, que no entienden que el derecho de uno termina donde empieza el de los demás.

“En todo momento –dice Giovanni Papini– somos deudores para con los antepasados y acreedores en relación con los descendientes y todos responsables, los unos para con los otros, tanto los que duermen en los sepulcros, como los que nacerán dentro de algunos siglos. Hay una comunión de épocas, como hay una comunión de Santos y una comunión de delincuentes”. En mérito a esa comunión con el pasado, permítanme invocar en esta ocasión grata para mí, las sombras de mis mayores: la de José Manuel Baptista, mi tatarabuelo, a quien el presidente José Ballivián distinguió con una medalla, que dice: “salve mi patria y su gloria en Ingavi”; a Mariano Baptista Caserta, mi bisabuelo, expresidente de la República, que tuvo entre otros méritos, el de negociar con la Argentina el reconocimiento de Tarija como parte definitiva del territorio boliviano y el Tratado de 1895, con Chile, por el cual ese país reconocía un puerto soberano para Bolivia en el Pacífico; a Luis Baptista Terrazas, tío abuelo, que a sus 20 años perdió la vista en la batalla del Segundo Crucero, en Oruro, en la revolución federal y Mariano Baptista Guzmán, mi padre, que combatió en Nanawa (donde cayó bajo la metralla paraguaya mi tío José Vallejos Baptista), Gondra, Alihuatá y Puesto Moreno. En Nanawa cayó bajo la metralla paraguaya, mi tío José Vallejos Baptista. A su retorno del Chaco, mi padre nuca recuperó su plena salud.

Paralelamente a mi actividad en la televisión, he consagrado los últimos años a publicar nueve antologías de viajeros acerca de las ciudades y departamentos de Bolivia, del siglo XVI al XXI, como otra manera de buscar la comprensión entre os bolivianos y la autoestima de cada región.

Les reitero mi agradecimiento y hago votos por que esta Feria se prolongue en el tiempo, para deleite y solaz de paceños y bolivianos.”

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