La escritora y poeta Amanda Jáuregui de Costas nos honró con la presentación-comentario de su última producción titulada “Alondras y Luciérnagas”.
He leído todos los versos y confieso que quedé impresionado por la ternura inmersa y los contenidos metafóricos de elevada tesitura.
Hay pensamientos con intensa musicalidad que impactan, conmueven, evocan, finalmente producen una percepción emotiva enriquecedora.
En los poemas breves, pero de contenido significativo, sin intentarlo expresamente, la autora expone la claridad de su alma, su notable experiencia de maestra y el sentimiento que aflora naturalmente.
LEIT MOTIV El leit motiv de su canto son las aves y las luces, detrás los vocablos descubrimos la intimidad de un espíritu alado.
“Alondras, grímpolas del nuevo día.
Luciérnagas, lamparitas rompiendo la oscuridad intensa, sortijas abundantes, lentejuelas que adornan los encajes oscuros.
Alondras. Nadir. Luciérnagas Cénit”.
“Yo soy alondra, mensajera del alba…/ Y amaneció en mi alma y amaneció en la tierra…/”. En ese vibrar afectivo retrotrae imágenes y evoca: “la niñez cofre de oro”, “los albores de la infancia, las muñecas cara de porcelana y el arlequín colorido que bailaba y bailaba/ cuando tocaba su ombligo”.
Y en el trasfondo celestial, su númen poético en ciernes imagina que “las nubes eran corderos y el sol un ruiseñor sonriente”.
En la memoria antigua, Amanda retrotrae la imagen de la poeta niña, transcurrido el tiempo se observa con detenimiento “detrás de las mariposas con sus cabellos al viento”.
Ahora, dueña de la intelectualidad contemporánea, inquiere trasuntando filosofía humanista, pregunta al alba por sus aves queridas: “el alma pura del pájaro que se posa en la ventana./”. Y en ese sentirse naturaleza y ave, se allega bajo el alero: “llueve, luego graniza. Cólera del agua, furia enredada en las trenzas”.
Mas, luego, percibe el silencio que continúa al relámpago: “la muerte del estruendo, la mágica calma, la paz que inunda mi alma”.
Es la misma imagen repetida en las vivencias de quienes amamos a las aves, a la inmensa y sagrada naturaleza sentida en su lenguaje universal y panteísta desde niños, al amanecer de la propia humanidad: “detrás de la ventana y en calma, contemplando los gorriones, las palomas y los niños juguetones”.
ADORNOS Otros versos brillan por sus adornos con luces de luciérnagas rutilantes, temblorosas; inmediatamente a su lectura rescaté la maravilla de los jurucusís chaqueños al ocaso; luces más bien fijas, encendidas, iluminando la selva y nuestros amores furtivos.
“Soy luciérnaga / para alumbrar tus penas, Luciérnaga en la penumbra”. De este canto de paisajes intimistas, Amanda avanza hacia escenarios futuros de la condición humana: “Me invadirá la soledad cuando te vayas”.
“Latidos de un corazón llegan a su seno final, como los ríos de la vida en el sereno mar”.
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