domingo, 18 de marzo de 2012

Ciriaco Sandi Es un curtido maestro que acaba de publicar dos libros

Cuando Ciriaco Sandi era un niño, cada comienzo de curso tenía que andar durante dos días para ir desde la comunidad en la que vivía, Antora, en Potosí, hasta Sucre, donde se quedaba durante los meses de clase.

A los 16 terminó la escuela y, por necesidades familiares, no siguió estudiando. Sin embargo, su hermano Arturo, “un maestro excelente”, fue quien hizo que a Ciriaco le picara el gusanillo de la enseñanza. “No te quedes así, trata de estudiar”. Así fue como Sandi fue a Potosí a hacer la educación secundaria.

Cuando estaba en tercero, se convirtió en profesor de la normal rural gracias a que consiguió una beca. Para no abandonar su formación, este profesor combinaba el enseñar a sus alumnos con su propia educación. Para poder ir hasta la comunidad en la que impartía clases, subía en su bicicleta a las cinco de la mañana. Tras dos horas y media de pedaleo, llegaba a la escuelita donde trabajaba hasta las cuatro de la tarde.

Entonces, volvía a subir en su medio de transporte para regresar a Potosí y asistir a sus clases nocturnas. Llegaba a casa a las diez de la noche, pero no acababa ahí su jornada: tenía que hacer su tarea y le daba la una y las dos de la mañana a la luz de las velas. A las cinco, ya estaba sobre la bicicleta de nuevo. Vivió a ese ritmo durante dos años.

Algún tiempo después consiguió otra beca, en esta ocasión de la UNESCO, para estudiar en Tarija. Allí obtuvo su diploma en educación superior de Matemáticas y Física, su especialidad. Posteriormente, le comunicaron que sería catedrático en la normal rural, aunque él se consideraba muy joven para ello. Sus compañeros lo miraban con recelo por su juventud, y le plantearon un problema. “Yo tenía que salir del paso”. Estuvo toda una noche tratando de resolverlo. El cansancio le venció y se echó a dormir. Fue en sueños donde halló la solución, se levantó, prendió la vela y lo anotó. Así se ganó el respeto de los demás.

De sus estadías en comunidades, Ciriaco no sólo guarda recuerdos: toca el charango, que aprendió de observar a la gente. Incluso, forma parte de la Sociedad Boliviana de este instrumento . “Toco muy bien”, asegura el que ahora da clases en La Paz, aunque puede que pronto le hagan jubilarse. Sin embargo, su enseñanza siempre quedará para los alumnos: ha escrito dos manuales de Física y Matemáticas, donde ha plasmado toda su experiencia enseñando a los demás. Con sus lentes colgados de la chompa y su camisa, no pierde el aspecto de profesor.

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