jueves, 24 de marzo de 2011

Jóvenes paceños redescubren el arte del cuentacuentos

Cuando Rolando Mancilla descubrió hace un año el arte de los cuentacuentos, su vida cambió y venció el miedo de hablar en público. Ahora presenta, junto a cinco jóvenes, el CD Mixtura de Cuentos, que se vende en el Centro de Documentación en Artes y Literatura Latinoamericana (Cedoal), del Espacio Simón I. Patiño.

“Me ayudó a perder la timidez y el miedo de hablar en público”, asegura Mancilla y recuerda que en tras la reticencia inicial, aprendió las destrezas del arte de narrar en cada una de las clases.

El CD es el resultado de un taller de cinco meses, que el Cedoal organizó el año pasado en la parroquia Santiago Apóstol, de la zona de Munaypata.

El cuentacuentos recupera la esencia de la narración oral, principal forma de transmisión de conocimientos de las culturas andinas precolombinas, pero “el objetivo central en este caso es fortalecer la creatividad de los jóvenes y descubrir nuevos talentos”, sostiene Ludmila Zeballos, del Cedoal.

Celia Asturizaga, profesora del taller, explica que cada uno de sus estudiantes tiene una cualidad para explotar. “Las habilidades de crear, narrar y compartir son la base para un potencial cuentacuentos”, sugiere la docente, quien trabaja hace 12 años en este arte.

Pero insiste en que el requisito indispensable para triunfar es la voluntad. “Narrar una historia frente al público no sólo te ayuda a perder la timidez, también uno logra vencer otros miedos”.

En el taller de 2010 participaron 20 jóvenes y seis lograron destacarse y grabar el CD. Esa producción tiene ocho cuentos relatados y escritos por los jóvenes. Entre los títulos están: Un sueño en el sueño, de Carol Salluco; Eclipse, de Marco Antonio Varas; El silencio de los inocentes, de José Luis Leandro; El heladero, de Isabel Murillo; La birlocha, de Gisela Acarapi.

“Es una experiencia que te cambia la vida”, dice Marco Varas, de 20 años, y confiesa que narró una obra inspirada en una experiencia amorosa.

Carol Salluco dice que aprendió a interpretar a personajes y a modular la voz.

Para Gisela Acarapi, un narrador debe entregarse en un escenario. “Estoy feliz de descubrir este arte heredado por nuestros abuelos”, indica la joven. Mancilla cree lo mismo, pero insiste en que ese arte cambió su vida.

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