miércoles, 14 de noviembre de 2012

Antología letras vallegrandinas

La primera vez que escuché sobre Vallegrande fue por el poeta Neftalí Morón de los Robles. Un día, mi padre retornó a casa para contar sobre la visita de un singular personaje que dejó para Presencia Literaria un libro de versos, algunos de tono socialistas; otros de amor, donde él mismo recordaba las palabras de su amada: “mi querido Neftito…”.
Además, la obra se iniciaba con una sentencia que me quedó de por vida: “camba colla superao” y aprendí que Vallegrande, era el encuentro de los llaneros y de los andinos y que ahí hablan como cambas, pero tienen sombreros de paño como los campesinos en Chuquisaca o en Cochabamba.

En su hospitalidad siempre rinde esa memoria colectiva de recibir igual a los de allá como a los de acá. Su misión fue desde un principio unir el manto de las llanuras con los nevados de la cordillera; el oriente donde amanece el sol caliente y el occidente, donde se apaga detrás de las montañas.

En búsqueda de la historia del tabaco en Bolivia recorrí Mairana, El Trigal, Mataral y tantos recovecos con tantísimas leyendas de viudas y carretones, de aparecidos con un tizón prendido que pueblan la provincia. En las fiestas, seguí atenta las letras simples y jocosas de las coplas carnavaleras, esas que las compone el juglar anónimo, personaje enamoradizo- quizá sastre, quizá sepulturero-, quien solo adquiere importancia en las fiestas de máscaras y caretas.

La fundación de Vallegrande cumplió 400 años el 30 de marzo de 2012, con el nombre de libro medieval: Jesús y Montes Claros de los Caballeros de Vallegrande.
Esos tres pretextos: letras, geografía integracionista y cumpleaños centenario motivaron al poeta Edson Hurtado a buscar folletos, libritos, libros y obras completas de narradores nacidos en su patria chica y que vale la pena reunir en un solo volumen.

La antología de Hurtado no es exhaustiva y seguramente algún otro estudioso podrá complementarla, pero es un acercamiento suficiente para que el lector comprenda la importancia de Vallegrande en la historia académica nacional. El autor no ha preseleccionado textos por sus temáticas específicas o por su estilo y calidad lingüística, sino que ha reunido en un manojo expresiones de personas que vivieron desde la infancia en las callejuelas de ese pueblo cruceño. Agrega a otros dos jóvenes que si bien no nacieron ahí, son parte de familias que se nutren con la sombra amable de la vivencia vallegrandina.

Inicia la selección con un fragmento de la novela La isla, de Manuel María Caballero, que podría ser la primera obra boliviana (Sucre, 1854), aunque el contexto no detalla la geografía local. De Adrián Melgar i Montaño, prefiere destacar sus páginas como historiador.

Ni duda cabe que el más universal de todos, es el más sencillo y más centrado en las características de su entorno, Hernando Sanabria Fernández. Cuentista, poeta, costumbrista, recopilador, historiador, es el más famoso académico vallegrandino. Hurtado tiene el conocimiento necesario para escoger aquello que nos permite dimensionar la inmensidad de la obra de Sanabria Fernández.
Sigue con Morón de los Robles, el famoso y excéntrico poeta, autor de versos de autoalabanza, que en vez de caer en lo egocéntrico consiguen encender lo surrealista más íntimo. De él, declarado militante comunista en épocas dictatoriales, se dice que poco antes de morir sentenció: “Marx ha muerto. Lenin ha muerto. Y francamente, yo no me siento muy bien…”
Pastor Aguilar Peña es un dramaturgo sereno, que en su obra logra describir el entorno vallegrandino, sus personajes y costumbres.
Manuel Vargas es el primer narrador vallegrandino contemporáneo, famoso por su maestría en el cuento breve y actualmente editor de jóvenes escritores. Un fragmento de su novela Rastrojos y un breve cuento revelan el mundo interno de este escritor que no pierde la esencia de la provincia y de lo rural en medio de la urbe paceña.
Gustavo Cárdenas Ayad es un escritor que prefiere lo breve, en prosa y en poesía. Con acierto, la obra escogida habla, además de lo local, de los migrantes turcos en esa zona donde son famosos los descendientes de esa etnia que llegó al país desde fines del siglo XIX.

Adhemar Sandoval Osinaga, literato e historiador, consigue mostrar los problemas sociales de Vallegrande, es su dramaturgia.

Paz Padilla completa la cuadriga vallegrandina más importante, con Sanabria, Morón de los Robles y Vargas. Sus cuentos tienen la habilidad de unir la comedia, la ironía con la tragedia y su lenguaje refleja con talento el hablar de su tierra. Quizá por ello es tan popular en los valles. Sus cuentos seleccionados recrean momentos del Vallegrande actual, y por su maestría literaria son aprovechados por los profesores de literatura en el país.

Más joven, Oscar Gutiérrez es el poeta inspirado más por lo íntimo que por el paisaje o por las costumbres bucólicas del pueblo. Ser de Vallegrande y ser del mundo. La antología cierra con el más joven, Federico Morón, que no solo se inspira más en lo universal que en lo local, sino que utiliza el lenguaje de las redes sociales. No más enmarañas descripciones como Neftalí, no más detalladísimas descripciones como Hernando o personajes como los opas del pueblo de Vargas o Padilla. Ahora el cuento cabe en ocho palabras y media.

Figuras de la narrativa y de la poesía

Manuel María Caballero

Adrián Melgar i Montaño

Neftalí Morón de los Robles

Pastor Aguilar Peña

Hernando Sanabria Fernández

Gustavo Cárdenas Ayad

Adhemar Sandóval Osinaga

Manuel Vargas

Paz Padilla Osinaga

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