Con el libro Nuestra Señora de la Soledad su autora, la escritora chilena Marcela Serrano (1951), logra discurrir sobre aspectos humanos como la soledad, la lucha de la persona por descubrir su propia esencia y la empatía que siente la detective Alvallay por la persona que se reencuentra y quien descubre que a veces la vida tiene más sentido para alguien que logra encontrarse a sí misma.
Rosa Alvallay, detective de 54 años de edad, es asignada a un caso singular de desaparición de la escritora C. L. Ávila. Las únicas pistas con que cuenta son su esposo, un guerrillero colombiano y un escritor mexicano. De a poco va hilvanando el enigma que le llevará a conocer acontecimientos curiosos en los que se ve envuelta la vida de la escritora desaparecida.
Para llegar a la verdad, Alvallay recurre a su marido, el rector Tomás Rojas, quien le refiere el carácter singular de su nueva esposa y la vida excéntrica que llevaba ésta antes de marcharse de casa. Para Georgina, la empleada del rector, la señora C. L. Ávila, era una persona extraña y un tanto descuidada que llevaba una vida desprejuiciada. Martín Robledo Sánchez, escritor y amigo de la desaparecida no le aporta datos significativos a más de contarle su gran afición por la lectura y de su calidad de escritura. Para él C. L. Ávila se suicidó.
También se entrevista con Julián Rossi, un escritor argentino allegado a la desaparecida quien le aporta datos sobre el escritor mexicano Santiago Blanco, los que le permiten atar cabos a Alvallay y llegar a la conclusión de que C. L. Ávila ha rehecho su vida en la exótica Coyoacán, en México, cambiando su nombre por el de la ciudadana colombiana Lucía Reyes.
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