lunes, 4 de marzo de 2013

En dos conferencias, Kayoko Takagi ha permitido acercarse al universo de la literatura japonesa



En el principio está el Sol. O más bien, una mujer, la diosa del Sol: Amaterasu. Y en la mitología japonesa, de la mano de Amaterasu nace la escritura. De esta imagen se vale Kayoko Takagi —profesora e investigadora de la Universidad Autónoma de Madrid— para hablar de la presencia de la mujer en la literatura japonesa. Una presencia, en su origen, como ella asegura, brillante y de una luz cegadora.

Junto al Sol está el cerezo. Y el cerezo es, en el contexto de las novelas japonesas —dice Takagi—, la imagen femenina de la belleza y la felicidad. Pero de una belleza y felicidad sombrías porque no son completas ni duraderas. “Para nosotros, el cerezo es la flor más apreciada de todas las flores del Japón. Pero es una flor que se deshoja muy pronto, que no permanece. Y precisamente nos gusta porque es tan bella y tan efímera”. Kayoko Takagi —formada académicamente en las universidades de Sofía de Tokio y Autónoma de Madrid— ofreció dos conferencias en el Espacio Simón I.

Patiño de La Paz el 25 y el 27 de febrero. La primera se tituló, precisamente, “La mujer japonesa en la literatura: el Sol y el cerezo”. La segunda estuvo dedicada al escritor Natsume Sóseki, “el padre de la novela japonesa moderna”.

Entre los muchos asombros que puede deparar el asomarse a la literatura japonesa —como lo permitieron las dos conferencias de Takagi—, está su origen y su larga data.

El libro que se considera que da inicio a la literatura japonesa es la Crónica de los hechos antiguos, una compilación de las historias fundacionales que se dio a conocer el año 712, a inicios del siglo octavo. La compiladora fue una mujer, la emperatriz de la época. El libro se basa en historias orales que fueron transcritas en caracteres chinos, pero con la gramática japonesa. Las investigaciones de los etnógrafos y de los especialistas en el folklore —dice Takagi— establecieron a su vez que esas historias orales eran transmitidas de generación en generación por las mujeres. “Entonces, en el inicio de la literatura escrita en el Japón —concluye— está la figura de la mujer.”

La obra maestra de la época clásica japonesa es la Historia del príncipe Genji (Genji monogatari), una extensa novela que abarca la historia de tres generaciones y más de 100 personajes escrita a principios del año 1000 por Murasaki Shikibu, una mujer de la corte de la emperatriz japonesa.

“Una novela tan compleja, una fusión de narrativa y poesía tan interesante, no pudo surgir de la nada —dice Takagi—. A principios del siglo XI, cuando se la escribió, tuvo que haber ya una larga tradición literaria y de escritura femenina”. Hacia el año 1000, entonces —cuando la lengua castellana recién comenzaba a consolidarse: de esa época data el poema del Cid— la lengua literaria japonesa ya había alcanzado su mediodía.

El haikú es un poema corto y sorpresivo de tres versos que surgió en el Japón hacia el siglo XVII. Esta forma poética —que se la sigue practicando hasta la actualidad— tuvo mucha fortuna en lengua castellana. A principios del siglo XX, el poeta mexicano José Juan Tablada —que vivió en el Japón— “importó” esta forma. De ahí en adelante, el haikú fue practicado por numerosos poetas, entre ellos, por ejemplo, el premio Nobel Octavio Paz.

Desde los tiempos antiguos —informa Takagi—, en la tradición poética japonesa existe una forma llamada tanka o waka, que significa poema corto. Es un poema de cinco versos dividido en dos partes. En el siglo XVI —continúa la académica japonesa— se impuso una moda en las tertulias literarias: componer colectivamente un poema o más bien un encadenamiento de tankas o wakas. Un poeta componía los tres primeros versos y el siguiente los dos versos restantes. Éstos, a su vez, daban lugar al siguiente poema, y así sucesivamente.

Esta tradición sufrió un cambio de mucha importancia para la poesía japonesa. La primera parte de los tankas o wakas se independizó y dio lugar a un poema muy breve y ligero de tres versos de siete, cinco y siete sílabas: el haikú. Pero hay algo aún más importante. En el siglo XVII ya existía en el Japón una cultura burguesa distinta a la de la nobleza. Y los poetas de esta nueva clase social habían recibido una muy buena educación. “Así —expresa Takagi—, en esos círculos se empezó a practicar el haikú con sentido del humor y hasta satírico. Ése es su verdadero origen”. El gran maestro del haikú, ya en el siglo XVIII, fue Matsuo Basho, autor del célebre libro Sendas de Oku, traducido al castellano en 1957 por Octavio Paz.

El Sol —la gran época en la que las mujeres tuvieron un papel descollante en la literatura— se extendió hasta el siglo XII. En la siguiente centuria, el Japón cambiaría drásticamente. El emperador pasaría a ser una figura casi simbólica y el poder sería regido por los militares. Así se inició un largo período de aislamiento del Japón, cerrado a todo contacto e influencia externa. “En ese período—dice Takagi— las mujeres de repente, se esconden”. Esto no quiere decir, sin embargo, que dejaron de escribir. Hay, por ejemplo, un diario o autobiografía escrito por una favorita del emperador que, no obstante, estuvo prohibido prácticamente hasta el siglo XX. “Estas obras —dice la investigadora—, van saliendo poco a poco; en esa época no había muchas mujeres letradas, pero quién sabe lo que se puede todavía queda por descubrir…”

El advenimiento del período Meiji (1868-1912) significó para el Japón un cambio radical, aunque de un signo totalmente contrario al anterior. Es la época de la apertura del Japón al mundo y de su modernización.

“En ese momento —indica Takagi—por fin las mujeres recobran la voz”. Al principio de esta etapa nace una de las primeras escritoras modernas: Higuchi Ichiyo (1872-1896), una novelista que apenas vivió 24 años, casi siempre en la pobreza y murió de tuberculosis. Su obra —que se adentra en la realidad de las mujeres marginadas— recién está siendo valorada. A este período también pertenece Yosano Akiko (1878-1942), una de las poetisas más famosas de su tiempo.

Y a este período también pertenece Natsume Sóseki —a quien Takagi llama “el padre de la novela japonesa moderna y a quien dedicó su segunda conferencia en La Paz—. Sóseki nació en 1867 y murió en 1916. Estudió filología inglesa y, pese a tener un futuro promisorio en la academia, se dedicó a la enseñanza secundaria. Fue un escritor tardío. Su primera novela, Yo soy un gato, se publicó en 1905. Hasta su muerte, apenas 11 años después, escribió una veintena de obras.

“Produjo obras impresionantes —dice Takagi, autora del prólogo a la edición en castellano de Las hierbas del camino de Sóseki—. Sobre todo una novela que se llama El corazón, es de una gran maestría. Las hierbas del camino es una obra autobiográfica que describe la etapa dura de su vida. También está La puerta, que forma parte de una trilogía, en la que el personaje se encuentra con el mundo moderno y no sabe qué hacer, cómo situarse en él”. Haruki Murakami —el novelista japonés más conocido y valorado en la actualidad— ha declarado que su autor favorito es Sóseki y que ha sido influido por él. ¿En qué radica el prestigio y el éxito de Murakami?

“Quizás en el extranjero haya otro punto de vista —dice Takagi—, pero en el terreno japonés yo atribuyo su éxito a que borró de un plumazo la división entre la literatura popular y la literatura creativa”. En el Japón, desde siempre, ha permanecido una diferencia marcada entre las formas de la escritura de la “alta” literatura —llamada también creativa— y la literatura popular, es decir, de consumo masivo.

“Murakami —finaliza Takagi— tiene una pluma prodigiosa, ha estudiado mucho la literatura popular, sobre todo cómo ésta hace que el lector se enganche y no suelte el libro. Pero al mismo tiempo sabe muy bien describir las idas y vueltas del consciente al inconsciente, el mundo fantástico y las descripciones. Ha logrado una fusión. Me parece que es el primer escritor que ha conseguido borrar esas diferencias”.

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