Forman una especie de fortaleza natural de La Paz. En el pasado con sus propios colores y hoy cubiertas con casas de ladrillos, las montañas son parte indivisible de la ciudad. Y quizá son su principal característica.
Estos cerros de la hoyada desafían a la gravedad e inspiran a artistas y poetas desde siempre.
Artistas como el músico y compositor Óscar García, el pintor Mario Conde y el escritor, antropólogo y director del Museo Nacional de Arte, Édgar Arandia, hablan sobre los matices y las impresiones de la serranía que rodea a La Paz.
Y es que el horizonte que tienen los paceños no es más que montañas. Como dice Óscar García, un lugar en el que siempre uno está, o se siente, al centro de todo.
Sus miradores y el espíritu
Cerca de la avenida Periférica, en la zona del Calvario, el mirador del sector ofrece un panorama único de la ciudad, una vista casi aérea.
Desde ahí, muy temprano y con la niebla y nubes que pasan casi a los pies de la iglesia de la zona y al fondo con un cielo despejado, Édgar Arandia explica lo sencillo que es distinguir en esas condiciones a Alaxpacha, el cielo donde habitan el sol, la luna y las estrellas.
El Akapacha es el espacio vital de los hombres y Manqhapacha, el mundo de abajo. Todos ellos son visibles y son parte de Chuquiago Marka.
“Fueron escritores y poetas como Óscar Cerruto, José Luis Guerra, Guillermo Bedregal y otros quienes se inspiraron en las montañas paceñas y el altiplano. Así de mágicos y relevantes fueron y son nuestros cerros”, comenta.
Lo sagrado y el cerco
Sobre la espiritualidad de las montañas en el mundo aymara, Arandia explica que en La Paz hay al menos siete wakas o lugares sagrados.
Entre las más conocidas, están el Calvario, Killi Killi y la cruz de Alto Lima.
Estos lugares son visibles entre sí y fue desde ellos que en 1781 los indígenas liderados por Túpac Katari vigilaron el cerco que habían establecido para rebelarse al Imperio español. Fue en los alrededores donde ya en el siglo XX, cerca de una roca a la que llamaban “el león” y un lugar denominado el “nido de cóndor”, Arandia se refugiaba cuando faltaba a la escuela.
“Sentía que era un cóndor en pleno vuelo, era un acto poético impagable; pero al mismo tiempo te das cuenta de lo pequeño que eres ante tanta magnificencia”, recuerda.
El Illimani y la pintura
Para el pintor Mario Conde, el panorama de la ciudad y las montañas que la rodean ha cambiado considerablemente en las últimas décadas.
En el pasado era posible observar el Illimani desde casi todos los puntos de la ciudad, una urbe que, al crecer en forma vertical, ha cubierto en gran medida su paisaje natural.
“Antes podía ver el Illimani desde donde vivo; ahora no puedo ver ‘ni un pedacito’, eso sí lo siento porque es parte mía desde niño”, asegura.
Conde, que ha retratado al Illimani innumerables veces -muchas de ellas incorrectamente según admite-, confiesa que a veces ver estas interpretaciones le provoca náuseas.
Por ello, a veces, cuando visita la zona de Villa San Antonio y tiene otra perspectiva de la ciudad, en la que ve lo poco del paisaje que queda de Llojeta -lugar de inspiración para el escritor y poeta Jaime Saenz- suele pensar que “la ciudad es bella sin el Illimani” conmovido por la altura de la zona.
Partituras con alma de montaña
En 2004, Óscar García compuso la obra Contornos, que tuvo una segunda versión tres años después. En esta partitura ubicó pentagramas sobre fotografías de los paisajes de la urbe paceña y de allí nacieron las notas musicales, marcadas por los picos de los cerros.
Para dar forma a este creativo y novedoso trabajo, el compositor trabajó con las fotos de Eduardo Quintanilla. Las indicaciones en el pentagrama son para la percepción, porque el intérprete no mira notas fijas sino que al provocarle una sensación ésta le permite tocar el instrumento.
El objetivo no fue otro que los contornos de la ciudad “suenen” a través de la percepción aural de los intérpretes.
“Nuestro horizonte es la montaña. De la montaña venimos y a la montaña vamos (...). Ese horizonte encerrado nos hace lo que somos, a veces con poca visión de compartir nuestro mundo con el resto del planeta. Tal vez por eso nos creemos el hoyo del queque”, dice con una sonrisa.
García vio a la ciudad como una enorme partitura llena de formas infinitas y a través de su obra permitió al público “escuchar” los contornos de la ciudad.
Para este músico, a falta de horizonte, La Paz tiene infinidad de formas, colores y contrastes. “Si somos capaces de valorar eso, no sólo visualmente, sino en su conformación espacial, creo que vamos a poder amar más a La Paz en la misma medida en la que somos capaces de odiarla cuando estamos en el centro y hay un bloqueo”, finaliza.
1900La Fauna
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