martes, 18 de enero de 2011

El supuesto misterio de “Juan de la Rosa”

En base a meras suposiciones que desde luego no son esclarecedoras, sino maliciosas, las insinuaciones de Gustavo V. García, prologuista de la edición fundacional de “Juan de la Rosa”, de la editorial Plural-- ponen en duda no sólo la autoría de Nataniel Aguirre sobre la mencionada novela, sino la integridad moral de su autor. Si algo podemos evidenciar es que el prologuista se ha metido en un enredo mayúsculo al no saber discernir entre ficción y realidad. No hay ningún problema en aclarar algo que no es sinuoso ni misterioso si entendemos cómo escribió y publicó sus obras Nataniel Aguirre, especialmente “Cochabamba” en 1885, problema que ya expliqué en el tercer volumen de mi “Nueva Historia de la Literatura Boliviana” (1995), dedicado al siglo XIX (ver pp. 241-245), y también en las ediciones segunda (1979) y tercera (2009) de mi “Diccionario de la Literatura Boliviana”, que Gustavo García, acucioso investigador, ignora. Esas obras salieron con la editorial “Los Amigos del Libro” y fueron ampliamente promocionadas por Werner Guttentag.

Los argumentos de García son tan poco sólidos que se desmoronan por sí mismos. Ningún investigador serio se va a aventurar a cuestionar la moral de una personalidad como la de Nataniel Aguirre sólo en base a suposiciones que, de entrada, delatan un exacerbado afán figurativo. García no tiene ni idea de cómo nacen las obras, especialmente las históricas.

Referencias históricas

En su análisis de la gestación de “Juan de la Rosa”, parece no haberse dado cuenta de que se trata de una obra de ficción, inspirada en un pasaje vital de nuestra historia. Desde luego que Nataniel Aguirre encontró testimonios de los guerreros independentistas, pero eso no quiere decir que uno de ellos urdió la trama de su novela.

¿No se le ocurrió pensar que para que esa historia fuera más verosímil, su autor, Nataniel Aguirre, identificara al último soldado de la independencia con su pseudónimo J. de la R.? ¿Y como tal, como obra de ficción, le diera carácter testimonial narrándola en primera persona? ¿No asoció el nombre de Juanito con el de Rosita, la encajera?

Desde luego que la obra se desarrolla con personajes ficticios e históricos en un ámbito que gira en torno a los acontecimientos que tienen que ver con los fastos del 14 de septiembre de 1810 y del 27 de mayo de 1812.

A partir de la primera edición de esta obra, que apareció el 14 de septiembre de 1885, merced a una feliz iniciativa de “El Heraldo”, diario de Cochabamba, precisamente con el título de “Cochabamba”, Memorias del último soldado de la Independencia, firmado como Juan de la Rosa, pseudónimo con el que Nataniel Aguirre se identificaba en algunos de sus escritos. Si no ponía su nombre real en las obras que escribía era por razones que él consideraba legítimas y valederas.

El que Marie-Henri Beyle publicara Rojo y Negro y La Cartuja de Parma con el pseudónimo de Stendhal jamás puso en duda su autoría. En cuanto a Nataniel Aguirre, como funcionario público y notable figura de la política nacional, le era más cómodo usar su pseudónimo en algunas de sus obras de ficción.

No eran muchos los que sabían por qué se identificaba en esas obras como Juan de la Rosa. Inclusive “La bellísima Floriana” aparece escrita por Juan de la Rosa. Y en tal condición ofertaba a algunos editores sus “memorias del último soldado de la Independencia”. Y Juan de la Rosa no sólo firma el prólogo de la edición póstuma de 1909, sino también de las anteriores, o sea de 1884, en fascículos y, completa, de 1885, en “El Heraldo” de Cochabamba.

Si la edición póstuma de París, de 1909, aparece con su nombre verdadero, o sea Nataniel Aguirre, y con el título de Juan de la Rosa, es porque se constituye un justo tributo a su memoria. Nadie manosea esos datos con oscuras intenciones, como insinúa Gustavo García.

Pero veamos lo dice al respecto este experto investigador. Primero, para él, “Juan de la Rosa”, antes que novela, es una obra esencialmente testimonial, escrita no por Nataniel Aguirre, sino por Juan de la Rosa, coronel de la guerra independentista. ¿Así que el susodicho coronel redactó sus memorias, diseñándolas como una singular obra de ficción? Luego García alega: “Un cuarto de siglo más tarde, de manera inexplicable, fue mutilada por los editores de la segunda edición (1909). Este comité editorial --el más exitoso de la literatura boliviana-- se tomó la “libertad” de incorporar al título original el nombre del, para ellos, supuesto autor”.

Con la lógica de García, Félix Rubén García Sarmiento tampoco escribió “Azul”, sino Rubén Darío. Y no sólo eso, Gustavo García, en el pie de página de su “Introducción”, pone en duda la idoneidad de los juicios de Marcelino Menéndez y Pelayo, Josep M.

Barnadas, Juan José Coy, Baudet y Carlos Medinaceli, que afirmaban que “Juan de la Rosa” era la mejor novela histórica del siglo XIX. ¿Y no lo era?

Según García no, porque esos juicios no se hallaban documentados. O sea que salieron de la nada. ¿Cómo documentarse para afirmar la calidad de una obra? ¿Acaso cuando uno lee una obra, no se está documentando? Lo curioso es que el susodicho investigador luego insinúa que el nombre “Juan de la Rosa” es “un misterio insoluble”. Bueno, insoluble para él.

Argumentos de la paternidad

En la “Introducción” a “Juan de la Rosa” (2010), Plural Editores, García se refiere tendenciosamente a la vida del padre de Nataniel Aguirre: “Si del padre se sabe poco --dice--, del hijo menos”. Inconcebible para un prologuista contratado por una prestigiosa editorial. ¿Quería lucirse emulando a Ludwig Lewisohn cuando éste se refería a Henry James? ¿Tan oscura le resulta la vida de Nataniel Aguirre sólo por usar un pseudónimo?

Y no sólo cuestiona la autoría de esa novela, que es la primera parte de una tetralogía. Me pregunto por qué García actúa como un felón luego de un análisis más o menos aceptable en el prólogo a la edición de Plural. ¿Qué le llevó a cambiar, al extremo de decir que Aguirre debía presentar una novela completa y no “trunca como otros trabajos”? ¿No se da cuenta de que habla de un servidor social de notable jerarquía?

Ignora que durante la presidencia de Tomás Frías, Nataniel Aguirre formó parte del Consejo de Estado. Trabajo nada fácil ni holgado, como cuando le cupo ser nombrado prefecto de Cochabamba por aclamación popular.

Ignora que durante la Guerra del Pacífico formó parte del escuadrón “Vanguardia”, de notable actuación patriótica; que por su probidad y honradez Campero lo nombró ministro de Hacienda; que en octubre de 1880, el Gobierno le confirió una medalla de oro en reconocimiento a los servicios prestados al país; que, luego, por decreto fue nombrado ministro de Guerra; y que el año 84 se hizo cargo del ministerio de Gobierno, siendo promovido posteriormente al Ministerio de Relaciones Exteriores, negociando la tregua con Chile.

Por último, el año de su muerte (1888), el presidente Aniceto Arce lo nombró ministro ante la Corte de Pedro II, en Brasil. Había publicado en 1885 su novela “Memorias del último soldado de la Independencia”, con el pseudónimo de Juan de la Rosa y preparaba las otras partes ya anunciadas, teniendo casi concluida “Los Porteños” y en bosquejo “Ayopaya” y “Los colombianos”.

Con su salud quebrantada --este oscuro personaje para García--, cargando las obras en las que trabajaba, partió a la sede de sus funciones en Río de Janeiro. Pero su cuerpo no resistió más; entonces, hizo escala en Montevideo, donde falleció el 11 de octubre de ese fatídico año 88; siendo asistido por el novelista e historiador Santiago Vaca Guzmán, que ejercía el cargo de ministro de Bolivia en Buenos Aires. ¿Y qué pasó con sus escritos? Se extraviaron, pues nadie más que él los cuidaba celosamente.

Sus herederos reunieron lo que consideraban concluido y relevante, publicando “Juan de la Rosa” en 1909 con su nombre y apellido como justo homenaje a su memoria; luego, en 1911, salieron en París sus cuentos, poemas y obras de teatro. Sería una felonía insistir que un escritor de su talla hiciera trampa con lo que más ama.

“En la Introducción a Juan de la Rosa (2010), Plural Editores, García se refiere tendenciosamente a la vida del padre de Nataniel Aguirre: “Si del padre se sabe poco --dice--, del hijo menos”. Inconcebible para un prologuista contratado por una prestigiosa editorial. ¿Quería lucirse emulando a Ludwig Lewisohn cuando éste se refería a Henry James?”

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