domingo, 14 de octubre de 2012

El amante uruguayo de García Lorca



La editorial Alcalá la Real acaba de sacar del horno la biografía de un oscuro intelectual uruguayo-argentino, el poeta, cuentista, novelista, fotógrafo, cineasta, homosexual pero casado, millonario y comunista Enrique Amorim. Pero la vida de este impenitente figurón sólo es un pretexto que usa el acucioso escritor peruano Santiago Roncagliolo para hurgar con pasión policial la vida íntima de los más conspicuos genios latinos del siglo XX .

La trama central de El amante uruguayo, una historia real es la relación amorosa de Amorim con Federico García Lorca, durante su corta visita a Montevideo y a Buenos Aires, en ocasión de la presentación exitosa de su obra Bodas de sangre, con Lola Membrives como protagonista principal. Las fotografías y la correspondencia que recupera Roncagliolo, apuntan, en verdad, a un encuentro pasajero del poeta granadino con el uruguayo, muy lejos de la pasión perecedera que a Federico despierta Juan Ramírez de Lucas (1907-2010) a quien le consagra estas líneas calurosas: “Aquel rubio de Albacete / Vino, madre y me miró / ¡No lo puedo mirar yo! / Aquel rubio de los trigos / hijo de la verde aurora / alto, solo y sin amigos/ pisó mi calle a deshora”.

Pese a su afanosa investigación, Roncagliolo no se entera de aquel enredo, o al menos no lo cita en su libro. En cambio, sorprende la intensidad del frenesí de Amorim, en la dedicatoria de su novelilla La carreta: “Yo te digo, Federico, que eres lo más grande que ha hecho Dios con el habla maravillosa que hemos heredado. Tuyo, Enrique”. Años después, el despechado Amorim le reprocha al poeta llamándolo desesperadamente en una misiva “Federicooooo…Federiquísimo … Chorpatélico de mi alma… Mi maravilloso epente cruel, que no escribe, que no quiere a nadie…”.ÚNICO. Pero el autor de La zapatera prodigiosa no será su único enamoramiento, pues cuando Jacinto Benavente, homosexual pero discreto, llega al Río de la Plata, apenas premiado con el Nobel, relata en una nota el encuentro íntimo con Amorim, añorando, dice, “nuestro crepúsculo de dicha”.

En cuanto a la orientación sexual de García Lorca preciso es recordar que ser gay en 1930 requería un extraordinario coraje y cantar esa condición, como en la Oda a Walt Whitman, ya era una provocación: “Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman / he dejado de ver tu barba llena de mariposas/ ni tus hombros gastados por la luna/ni tus muslos de Apolo virginal”.

Mérito de Roncagliolo es ser descriptor de los términos en clave que usaban los homosexuales para comunicarse entre sí. Adjetivos tales como “epente” o “chorpatélico” los encuentra en misivas privadas, conservadas con avaricia por Amorim.

La obra que comentamos es entretenida porque descubre las vinculaciones, las más de las veces amistosas, entre jóvenes que alcanzaron luego la celebridad. Aparece Pablo Neruda como rival de Amorim por la preferencia que el autor de Yerma tenía por el chileno, pese a ser Neptalí Reyes un mujeriego consumado. No obstante, Neruda firma su declaración de amor en la Oda a Federico García Lorca con versos como éstos: “Cuando vuelas vestido de durazno/ cuando ríes con risa de arroz huracanado, /cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes, / la garganta y los dedos, / me moriría por lo dulce que eres, / me moriría por los lagos rojos / en donde en medio del otoño vives”.

Acápite aparte merece la relación ambigua del entrometido uruguayo con su primo Jorge Luis Borges, cegatón, casi tartamudo, asexuado y tímido desde sus tiernos años. Ese ligamen es aprovechado por Roncagliolo para repasar la hoja de vida del creador de El Aleph, a quien endilga un odio a Guillermo de Torre, que además “detestaba a Oliverio Girondo. No podía ver a Neruda y despreciaba a García Lorca”.

Roncagliolo se apoya a menudo en la biografía del inglés Ian Gibson para retratar a Federico, así cree que la Oda a Salvador Dalí, era un camino para inducir al pintor a que salga del armario, porque estaba persuadido que el bigotón de “voz aceitunada” era un gay agazapado.

Cuando estalla la guerra civil en España, sus amigos se preocupan por Federico, quien se refugia en su casa familiar de Granada. Sobreviene su precipitado fusilamiento el 19 de agosto de 1936 y la desaparición de su cadáver. Comienza el mito y las más extrañas conjeturas que Roncagliolo reseña con una frase feliz: “La muerte de García Lorca ha producido más libros que su vida” porque su corta existencia fue tan fértil como estéril la atrocidad cometida por los franquistas.

Meses más tarde, finalizaba la contienda española y empezaba la Segunda Guerra Mundial que desembocó en los bloques antagónicos promotores de la Guerra Fría. Es cuando el amante uruguayo despreciado en su país y en la Argentina se afilia resueltamente al Partido Comunista para saborear, como muchos de sus coetáneos, los halagos que la Unión Soviética prodigaba a los fellow travellers, particularmente si éstos eran escritores y artistas. Borges juzga la conversión de su pariente como camino para “consolarse de su fracaso como escritor. Puede pensar que sus libros no tuvieron eco porque él es comunista. Ha escrito muchas novelas y cuentos, poemas pésimos, sonetos… y nada, es como si no hubiera escrito…”.OBRA. Roncagliolo resume así al sujeto de su estudio: “La gran obra de Amorim fue su propia vida. Era mejor personaje que narrador”. En efecto, sus viajes a Moscú a los congresos de partidarios de la paz y otras tertulias cripto-comunistas le permitieron codearse con notables personajes que coqueteaban con la misma línea, como Picasso, Sartre, Aragón, Chaplin y otros. Siempre empeñado en pasar al Parnaso “montado en la grupa de Homero” como diría Franz Tamayo de otro pegote.

Sin embargo, la obsesión por Federico, lo persiguió hasta el otoño de su vida. Cerrada toda pesquisa por hallar los huesos del vate, en 1953 monta una cruzada para erigir un monumento a su memoria en Salto, su villa natal. En terrenos de su propiedad, manda a construir un memento mortuorio donde, al cabo de solemne ceremonia prolijamente preparada, entierra una caja de misterioso contenido. Roncagliolo tiene la audacia de insinuar que parte de su fortuna fue empleada en comprar los restos de su amigo a algún funcionario corrupto de la dictadura franquista. Otra alternativa acerca del furtivo tesoro sería que deseaba poner a buen recaudo las cartas y recuerdos personales de su legendario amante.

Enrique Amorim murió sesentón, el 28 de julio de 1960 amando a Federico y contribuyendo a fortalecer la leyenda de su nombre, de su encanto personal y su insuperable poesía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario