lunes, 30 de noviembre de 2015

Crónica y literatura, un camino de ida y vuelta

Fragmento de la ponencia del poeta Benjamín Chávez en el Encuentro de Crónica, literatura y periodismo, que se dio la semana pasada en el marco del Festival Internacional de la Cultura.

Es invierno de 2011 y sin embargo el calor no afloja. Estoy parado en la calle principal de Bolpebra, el pequeño, pequeñísimo pueblo que marca el punto exacto donde confluyen las fronteras de tres países. Es temprano por la mañana y converso, grabadora en mano, con un joven dirigente de la comunidad.

Atentamente escucho sus palabras e hilvano las preguntas de acuerdo a lo que él me va diciendo. Un par de días después, parcialmente aliviado del calor en el café de un hotel en Cobija, transcribo lo que me dijo y noto con asombro que en la grabación se ha colado el persistente zumbido de un moscardón o algún bicho peor.

Me sorprende el volumen y la insistencia de ese insecto en el que yo apenas había reparado el momento de la entrevista, tan concentrado estaba en el diálogo con mi entrevistado.

Esto, mi concentración quiero decir, lejos de ser una virtud, fue en esa ocasión un síntoma inequívoco de la tensión y el nerviosismo que yo experimentaba, pues ahí, en ese remoto punto de la selva amazónica, oficiaba, por primera vez en mi vida, de cronista.

Hacía un par de meses, las Naciones Unidas y el periódico Página siete –donde trabajaba, trabaja aún, Martín Zelaya–, había lanzado una convocatoria para una serie de reportajes a realizarse en una treintena de sitios del país. El proyecto que a la postre resultó exitoso, tanto que terminó obteniendo un galardón de pomposo nombre: premio mundial de crónica Elizabeth Neuffer, en Nueva York, se denominó Viaje al corazón de Bolivia.

Allí, como dije, y con un brevísimo entrenamiento teórico, me estrené de cronista.
Me habían seleccionado, junto a un par de experimentados periodistas como Alex Ayala y Liliana Carrillo, porque los organizadores del proyecto decidieron correr el riesgo de apostar por la mirada, la descripción y las imágenes (en teoría posibles) de alguien que como yo, venía de la literatura. Demás está decir que agradeceré esa generosidad eternamente, entre muchas otras cosas, porque casi cinco años después, me permite participar de eventos como el de hoy y seguir reflexionando y practicando, la crónica y su relación con la literatura.

Es ya de dominio público que aproximadamente desde inicios del actual siglo, la crónica latinoamericana atraviesa un momento de auge debido a su alta calidad, la diversificación de los temas que trata y la capacidad de interesar al público lector, no obstante la presencia de factores adversos como las condiciones de publicación por ejemplo pues, como nos lo recuerda Leila Guerriero: “Años atrás –nos dice ella en un texto de 2006–, en medios argentinos yo publicaba crónicas de 50.000 caracteres, el equivalente a doce o catorce páginas de una revista. Hoy, como mucho, se aceptan 10.000, distribuidos en seis páginas con muchas fotos porque los editores han decretado que los lectores ya no leen”.

Pero bueno ese es otro asunto. Circunscribiéndonos a la relación entre crónica y literatura, pienso que en un medio tan pequeño como el nuestro, esa relación es hasta cierto punto inevitable.

Escritores de ficción que escriben crónica y periodistas que publican libros de ficción es algo que ocurre aquí y ahora y por ello, más nos vale no solo soportarnos, como se hacía antes, sino convivir y tratar de ayudarnos ya que en la historia del periodismo boliviano ha habido escritores notables que también fungieron de periodistas: Jesús Urzagasti y Rubén Vargas por ejemplo, por citar sólo a dos amigos recientemente desaparecidos.

Darío Jaramillo Agudelo, excelente poeta colombiano, además de novelista y ensayista publicó en 2012 una antología de la crónica latinoamericana actual. En el texto introductorio a aquel grueso volumen nos dice: “A Mario Jursich, el director de El Malpensante, le oí decir que, después del boom de la narrativa latinoamericana de los años sesenta y setenta del siglo pasado, se dieron intentos de fabricar un fenómeno parecido a ese boom de Onetti y Cortázar, García Márquez y Vargas Llosa, etcétera, etcétera. Para ese reencauche, se utilizaron las clonaciones (“el nuevo Julio Cortázar”), se utilizaron los números (los 39 menores de 39), se apeló a las parodias (mac-ondo). Y, a pesar de que existen materiales interesantes y autores valiosos que figuran en esos momentos, el intento de reciclar el boom no pasó de la etapa de plan de mercadeo a la de auténtico boom.

Acaso para que ese nuevo auge se produjera de nuevo, lo que se necesitaba era que no se pareciera en nada al fenómeno de hace cincuenta años: que cambiara el modelo de lector, que cambiara el arquetipo de la escritura y, por lo tanto, que las técnicas de los escritores fueran diferentes. Tal cosa parece estar ocurriendo con la crónica en nuestro continente. Los cronistas latinoamericanos de hoy encontraron la manera de hacer arte sin necesidad de inventar nada, simplemente contando en primera persona las realidades en las que se sumergen sin la urgencia de producir noticias”.

A todo esto el narrador y cronista mexicano Juan Villoro aporta: “La vida está hecha de malentendidos: los solteros y los casados se envidian por razones tristemente imaginarias. Lo mismo ocurre con escritores y periodistas. El fabulador “puro” suele envidiar las energías que el reportero absorbe de la realidad, la forma en que es reconocido por meseros y azafatas, incluso su chaleco de corresponsal de guerra (lleno de bolsillos para rollos fotográficos y papeles de emergencia).

Por su parte, el curtido periodista suele admirar el lento calvario de los narradores, entre otras cosas porque nunca se sometería a él. Además, está el asunto del prestigio. Dueño del presente, el “líder de opinión” sabe que la posteridad, siempre dramática, preferirá al misántropo que perdió la salud y los nervios al servicio de sus voces interiores.

Aunque el whisky sabe igual en las redacciones que en la casa, quien reparte su escritura entre la verdad y la fantasía suele vivir la experiencia como un conflicto. (…) como la imposibilidad de ser leal a dos reinos, pero se aplica a otras tentadoras dualidades, comenzando por las rubias y las morenas y concluyendo por los oficios de reportero y fabulador.

Aunque la mayoría de las veces, el escritor de crónicas es un cuentista o un novelista en apuros económicos, alguien que preferiría estar haciendo otra cosa pero necesita un cheque a fin de mes.”
CRÓNICA, PERIODISMO Y LITERATURA EN SUCRE
Ocho periodistas y escritores bolivianos discutieron la semana pasada en Sucre sobre los alcances y limitaciones del llamado boom de la crónica en Bolivia, en un encuentro que abordó este género narrativo desde la literatura y el periodismo, sin perder de vista sus mutuas influencias.
El Encuentro de Literatura, Crónica y Periodismo fue organizado en el marco del Festival Internacional de la Cultura 2015 de Sucre y se desarrolló a lo largo de la pasada jornada en dos tandas, en la Casa de la Cultura Universitaria de la ciudad capital. Los panelistas fueron Álex Ayala, Pablo Ortiz, Liliana Carrillo, Óscar Díaz, Santiago Espinoza, Martín Zelaya, Álex Aillón y Benjamín Chávez, procedentes de distintas ciudades y medios del país.
Un asunto que atravesó las dos mesas fue la pertinencia de considerar como boom a la reciente explosión de autores y publicaciones ajustados al género de la crónica en Bolivia. Mientras unos reconocieron que, por cantidad y visibilidad mediática, la crónica boliviana está viviendo un momento extraordinario; otros expresaron su cautela.

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