sábado, 7 de noviembre de 2015

Pedro Camacho, el editor del pueblo

Editorial Kipus

Pedro Camacho sabe quién es Pedro Camacho. “Era el escribidor”, dice con un cierto mohín de desprecio que demuestra que prefiere que, pese al homónimo, no se lo compare con el personaje de Vargas Llosa. “No hay comparación. Usted es un publicador”… No le hace gracia. “Editor”, corrige y ahí se zanja la polémica.

En la novela de Varguitas, Pedro Camacho es un prolífico escritor boliviano de radionovelas. Escribe tantos y en tan poco tiempo que es difícil seguirle el ritmo. Este otro Pedro Camacho es un prolífico editor boliviano. Hasta el momento ya lleva editados 384 títulos y tiene la intención de duplicar la cifra con una impresora digital de ocho cuerpos que Editorial Kipus adquirió recientemente. Publica tanto y en tan poco tiempo que los escritores no pueden seguirle el ritmo.

Pero el Pedro Camacho del libro era una mezcla de ficción y realidad, inspirado en Raúl Salmón, mientras que el Pedro Camacho de los libros es una persona de carne y hueso, sencillo y de origen humilde que, trabajando más allá de lo imaginable, pasó de ser un niño pobre que solo hablaba quechua a convertirse en el editor más importante de Bolivia.

El Pedro Camacho del libro tuvo que ser creado. El Pedro Camacho de los libros se hizo a sí mismo.



DEL CAMPO A LA CIUDAD

Corría la primera mitad de la década del ’60 cuando la familia Camacho Guardia emigró a Cochabamba. La vida en Arampampa, provincia Bilbao Rioja del extremo norte de Potosí, era plácida y bucólica pero no tenía futuro. No había trabajo ni manera de mantener a una familia. La Llajta quedaba cerca y ofrecía perspectivas de empleo. “Nosotros somos la primera generación venidos del campo”, dice Pedro con orgullo. Llegaron y se asentaron en la tercera villa de la zona sur de Cochabamba, por entonces una de las más pobres y con altos índices de inseguridad ciudadana.

El padre, Cornelio Camacho Villarroel, encontró trabajo en una fábrica de vidrio refractario. El empleo era mal remunerado pero seguro. Con su esmirriado sueldo, la familia le hizo frente a la vida y la madre, doña Lola Guardia Alcoba, se encargó de administrarlo eficientemente. “No sé cómo hacía —dice Pedro al referirse a su madre con admiración—. No puedo concebir cómo es posible que mi madre pueda hacer de su olla, con un cuartito de carne de res, almuerzo y cena para seis hermanos y, además, varones”. Pero lo hacía y, según afirma su hijo, cocinaba sabroso y, cuando alguien les visitaba en la casita, hacía alcanzar hasta para uno o dos platos más. “Mi madre era una mujer muy emprendedora, con un valor tan importante como la generosidad. En casa nunca faltaba un plato más, dos platos más. Yo soy parte de una familia de extracto demasiado humilde pero en casa nunca faltaba un plato más… dos platos más”.

En los años del cuartito de res, los niños Camacho solo hablaban quechua y el ingreso a la escuelita Ángel Eduardo Salazar, de la villa, les permitió aproximarse no solo al idioma español sino también a las letras. Aprender a leer fue lo más importante que le ocurrió a Pedro, tanto que le cambió la vida.



“¡REVISTAS, REVISTAS!..”

El dinero apenas alcanzaba para comer así que no podía estirarse para algunos gustitos y el futuro editor ya había adquirido uno: leer revistas de historietas. Una cayó en sus manos en la escuela y, ávido de leer más, iba a la plaza Esteban Arze a convencer a uno de los revisteros que se dedicaban a la venta, flete y canje de que le preste algún ejemplar. Tal vez Red Ryder… ¿Qué tal Patoruzito?.. o Memín Pingüin… estos no son a colores...

Pedro Camacho no recuerda qué fue lo que hicieron él y su hermano para conseguir unos centavos y comprar unas revistas. Lo cierto es que lo hicieron y no solo las leyeron sino que las vendieron o fletaron. Con el dinero compraron más revistas y las siguieron fletando. De pronto, ya había suficientes para llenar un cajón y, separando unos centavos de las ganancias, lograron hacerse un tablero de 2 X 1,40 en el que podían exhibir las revistas que vendían y fletaban en el Parque Loreto.

Fueros años de mucha pobreza pero también de mucha felicidad. “Es una faceta tan bella… cultivamos el hábito de la lectura, es algo que después no se pierde en el resto de la vida”, dice. A Pedro le quedó el gusto por Red Ryder y su compañero Castorcito. Años después se enteraría que el personaje de Stephen Slesinger dio lugar a una larga y productiva franquicia que dura hasta hoy e incluyó no solo historietas sino también libros. Y los libros fueron su siguiente pasión.



LIBROS, LIBROS

La necesidad lo empujó a trabajar. Se dedicó a los policopiados y serigrafía con René Ricaldi, un empleador que no quería enseñar los secretos del oficio. Pedro tuvo que darse modos para aprender y solo su perspicacia, pulida con la lectura, le ayudó a entender en qué consistía aquello de la impresión.

Convencido de que era necesario independizarse, ahorró lo suficiente para comprar una imprenta offset de mesa con la que comenzó a hacer pequeños trabajos. Sabía que la puntualidad era importante para los clientes así que impuso ese sello a su trabajo. Para cumplir trabajaba hasta 24 horas, muchas veces sin dormir, pero solo de esa manera se ganó la confianza de la gente, incluso de empresas que, como la financiera Finsa, tenían sus propias imprentas pero lo contrataban porque sabían que él entregaba los trabajos en la fecha comprometida.

Vio su primera gran oportunidad cuando el Papa Juan Pablo II visitó Bolivia e incluyó a Cochabamba en su periplo. Con un crédito de 18.000 dólares del Banco de Cochabamba completó los 23.500 que necesitaba para una offset grande, lo suficiente como para imprimir no solo hojas sueltas sino también libros.

La segunda oportunidad fue un acontecimiento luctuoso, la muerte de Werner Guttentag. El editor dejó un gran vacío que Camacho se propuso llenar. “Se crea un espacio impresionante: los escritores de Cochabamba no saben dónde publicar su trabajo. Yo tengo la lectura y digo ‘este es el momento’”. Y, a partir de entonces, convierte su imprenta en una editorial, Kipus, que acoge a los escritores cochabambinos que querían publicar. “Fue un acierto”, afirma. La política que impuso desde el primer momento fue el precio justo. Mientras la mayoría de las editoriales cobraba a los escritores por imprimir sus libros, Kipus ofrecía trato diferenciado: cubría todo o parte del costo de la impresión y en ocasiones les compraba el trabajo a los escritores. Se convirtió en una editorial que fomenta la producción y creció al punto de convertirse en una de las más importantes del país.

Ahora Kipus ya viste pantalones largos y ha diversificado su trabajo. Ya no es simplemente una editorial sino un grupo. “Acabamos de instalar un equipo de ocho cuerpos, hemos invertido en una prensa digital que hace la producción por demanda”, comenta.

En su catálogo hay 25 títulos de historia y geografía, 43 de Derecho y política, 41 de cuento, 29 de literatura infantil, 24 sobre literatura en general, 21 de poesía y 49 novelas. Autores como Adolfo Cáceres, César Verduguez, Ramón Rocha Monrroy, Arturo Von Vacano, Néstor Taboada Terán, Ada Castellanos, Néstor Taboada Terán, Gonzalo Lema y Mariano Baptista han publicado y publican sus trabajos en el grupo editorial.

Su último éxito es el Premio Internacional de Novela que está dotado de 20.000 dólares, el monto más alto en ese género. Su primer ganador fue Gonzalo Lema y ya se lanzó la segunda convocatoria que tiene vigencia hasta mayo de 2016.



DEL PUEBLO

Pedro Camacho no es Pedro Camacho. Pedro, el de la novela, se inspiró en una persona real pero, al final de cuentas, se quedó como un personaje, una creación. Pedro, el de las novelas, es real aunque parezca un personaje de novela.

“Yo soy parte de una familia de extracto demasiado humilde”, dice sin ocultar sus orígenes. Superó la pobreza sobre la base de una trilogía que le legó su padre: Lealtad, disciplina y generosidad.

No niega sus raíces ni abandonó el barrio que lo recibió por primera vez. Todavía vive en la tercera villa de la zona sur de Cochabamba donde ha fundado una escuela de fútbol llamada “Taquito Gol”. Los niños y jóvenes que van allí deben registrarse primero en una biblioteca del barrio que ha sido dotada por el Grupo Editorial Kipus. Para ello se creó la fundación Libro Gol que es presidida por Pedro Camacho, el real, el de las novelas...



OCHO DÍAS SIN DORMIR

Una anécdota ilustra el esfuerzo que desplegó Pedro Camacho para construir su grupo editorial.

Eran los tiempos en los que ofrecía trabajos de impresión que siempre entregaba en la fecha comprometida. Pese a que tenía imprenta propia, la financiera Finsa le encargó un trabajo de impresión para la Facultad de Medicina. Camacho fijó la fecha pero no previó que uno de sus escasos empleados, “un cambita” que manejaba el equipo, faltaría al trabajo luego de acudir al matrimonio de un pariente. El operario reapareció luego de cinco días y, aunque Pedro lo necesitaba para cumplir su contrato, optó por despedirlo. “Le dije que vaya a solucionar el tema económico con doña Mary, mi esposa, y él no lo podía creer. ‘¿Y el contrato? No va a poder terminar’, me dijo. ‘Yo ya sabré qué hago’, le respondí”. Pero no sabía. Los días siguientes los pasó operando él la máquina en jornadas forzadas en las que apenas dormía unos minutos mientras su esposa, Mary Rodríguez, que tenía un embarazado de ocho meses del menor de sus hijos, lo vigilaba cuando ella no dormía.

Pasó ocho días sin dormir. Las cosas llegaron a tal punto que, en un descuido, una de las correas del equipo atrapó el poncho de su esposa y la jaló. Pedro tuvo que correr y cortar la prenda con un cuchillo. La correa se estropeó y debió ser reemplazada pero, al final, el trabajo fue entregado el día y hora previstos. “Creo que el éxito de las personas está en la actitud. De nada sirve el mejor trabajo si no es oportuno, si no se cumple los compromisos”, agrega.

Por esa actitud, la imprenta de Pedro Camacho creció hasta convertirse en un grupo editorial. Él recuerda bien al cambita que despidió aquella vez. “Alguna vez lo veo… tiene una imprenta chiquita”.

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