La primera novela de la argentina Pola Oloixarac viene causando desde su publicación un remezón en la novela latinoamericana. Aquí, un acercamiento a ella.
Un fantasma recorre la Academia. Entre formalismos anacrónicos que delimitaban quizás de forma arbitraria barreras genéricas y cierta flojera exploratoria que no permitía flexibilizarlas, lo literario se dividía en parcelas claramente definidas que, entre otras cosas, desalentaban el hibridismo, la mezcla estilística. Eso, claro, ha cambiado. Poco dada a probar los límites formales de las parcelas literarias, la Academia, sin embargo, parece haberse abierto a opciones distintas o, en su lugar, generar una reacción violenta que se enfrenta a ella o propone a su lado caminos nuevos, desconcertantes, lejanos a la definición y precisamente por ello terriblemente seductores. Así, y entre los fantasmas de Hobbes, Rousseau y Wittgenstein, el de una cuarta ficción asoma la cabeza y propone con desfachatez una nueva forma de concebir no sólo la literatura, sus géneros y subgéneros, sino la forma de constituir sistemas de pensamiento y propuestas de lectura, teorías que son formas de construir y deconstruir la cultura contemporánea desde la ficción. En este marco de subversión y pensamiento crítico, nace la propuesta de Pola Oloixarac, escritora argentina que desde 2008 viene levantando polvo y haciendo ruido en el campo de la narrativa argentina, tanto por lo original de su primera novela, Las teorías salvajes (Entropía, 2008), como por las violentas reacciones que ha provocado a nivel crítico.
Pensar la violencia como parte de la cultura, explorar los refinados mecanismos de lo infrahumano en el ámbito de lo humano, de lo antisocial en el campo de lo social, es parte de la propuesta de Oloixarac, quien se aproxima al estado de la época con frases como: “El régimen de acceso a la empatía contemporánea se encuentra vinculado al uso inteligente, glamoroso, de la crueldad”, y aquella consignada en uno de los epígrafes de la novela, perteneciente al Mínima Moralia de Theodore Adorno, alumno selecto de la escuela de Frankfurt: “Toda la práctica, toda la humanidad del trato y la conversación es mera máscara de la tácita aceptación de lo inhumano”.
TRAMAS Y TRAMAS. Pero, ¿de qué va todo esto? ¿Cuál es la historia que narran Las teorías salvajes? Pues, en realidad, se trata de una novela de varios temas, con varias tramas, quizás ninguna de ellas más importante que el conjunto formado con su concurso, mediante el cual se develan las teorías que mueven el mundo frenético de Oloixarac. Al principio, claro, está otra vez la Academia. Pero no se trata de una academia abstracta, sino que la escritora identifica claramente el territorio de su acción, en este caso las calles Puán y Pedro Goyena en Buenos Aires, locación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Entonces, la novela y la propuesta de Oloixarac comienzan también y muy claramente como provocación. Las teorías salvajes es un manazo en la cara de una academia en pleno deterioro institucional. Oloixarac no se mide cuando se despacha una crítica feroz contra un sistema que ha transformado la literatura en un campo minado, un espacio abierto a consideraciones políticamente correctas, pero no jugadas, nunca jugadas, por lo que quienes acuden a él como alumnos terminan, según dice Beatriz Sarlo, como una especie de monomaníacos para quienes lo erótico se consume o se consuma en la pasión filosófica y viceversa. Así, el primer personaje de Las teorías salvajes es una chica sin nombre, una Lolita porteña que vive una aventura directamente inversa a la de Nabocov. En el mundo de Oloixarac, el objeto de seducción no es la estudiante de Filosofía y Letras, sino un profesor más bien oscuro y sin gracia, cuyo mérito no es más que haber compuesto una extraña doctrina filosófica llamada Teoría de las Transmisiones Yoicas. Esa es, entonces, la primera historia. Una estudiante cool que acorrala a un profesor en los pasillos de la Facultad y tiene un pez llamado Yorick y una gatita blanca llamada Montaigne (como se ve, las referencias intertextuales —y de las otras— están a la orden del día).
La estudiante, una fuerte y distintiva voz femenina que especula en primera persona con enamorar a Augusto García Roxler, el profesor de Filosofía y Letras, utiliza como arma de seducción un proyecto académico que muchos podrían considerar como de doble filo: le propone a García Roxler llevar sus propios desarrollos teóricos —la Teoría de las Transmisiones Yoicas— a su máximo grado de expresión, profundizarlas a un nivel que ella considera necesario y que cree que él no podrá alcanzar sin su concurso. Así, entre el academicismo estricto y la verborragia amorosa, el afán de seducir al profesor lleva a Oloixarac a escribir algunas de sus mejores páginas, en algún lugar entre la carta de amor, la sexualidad meditativa y la filosofía política. De esta manera y no sin una buena dosis de humor, es posible ver en cada una de las páginas de Las teorías salvajes una mezcla de lo mejor de De la seducción, El arte de la Guerra y el programa de cualquier carrera de Filosofía occidental.
CLASIFICACIONES GENÉRICAS. Alguien que esté versado en campos como el de la crítica cultural, filosofía y sociología, comprende que para entrar con buen pie en la lectura es necesario cierto grado de sofisticación, no siempre alcanzado de forma natural y que las mayores de las veces requiere de algún incentivo extraliterario. Oloixarac encuentra el mejor no con la transformación de la teoría fría en ficción ni con la mera inclusión de teoría en la novela, no subordinando un discurso al otro, sino con el complejo y brillante proceso en el que el análisis de la vida y la cultura, génesis de toda teoría, se vuelve la historia de la vida y la cultura. Porque se trata de eso, de hacer del gusto por el conocimiento el gusto por la historia, y del gusto por la historia el de la ficción. Además, en un camino compartido por algunos de los escritores más importantes del siglo XX, Oloixarac, desde una postura profundamente original, no se contenta con un esfuerzo que quiere aunar literatura y filosofía, sino que quiere obviar las fronteras de género. De la misma forma en que denuncia una literatura limitada por constricciones temáticas, una literatura que ve como chata o achatada por prohibiciones de principio, como aquellas que anuncian que hay cosas de las que se debería y no debería hablar en literatura, (como si la literatura no debiera hablar de todo), Oloixarac desprecia olímpicamente las clasificaciones genéricas y busca en un movimiento transversal escribir un libro que sea a su vez una novela, un tratado de crítica cultural y un libro de ensayos teóricos. Con este primer personaje sin nombre, la Lolita que seduce al profesor universitario al proponerle continuar y mejorar uno de sus libros, Las teorías salvajes es una sátira aguda de la intelectualidad que puebla la Universidad de Buenos Aires, a la vez que un tratado de las pasiones urbanas contemporáneas, a la vez ficción y ensayística.
OTRA HISTORIA. Pero hay más. Una segunda historia podría ser la de Kamtchowsky y su novio, Pabst, una pareja de jóvenes poco agraciados físicamente que recorren los sitios clave del mundillo artístico-juvenil porteño junto a otra pareja, ellos más bien bastante agraciados, bisexuales y cercanos a la esfera creciente del lado cool de la ciudad. Kamtchowsky y Pabst son una especie de pareja nerd dedicada al análisis antropológico, la creación de juegos de video políticamente incorrectos —los personajes de uno de estos juegos son todos participantes en la guerrilla del Che Guevara— y a hackear Google. En paralelo a la historia de la estudiante y el profesor, casi enteramente reducida al ámbito de la Universidad, esta segunda historia transcurre en un territorio de Buenos Aires en el que lo fashion vive lado a lado con lo bizarro e incluso lo francamente desagradable, donde las minorías culturales son sucesivamente el centro de atención. Así, con el tiempo y tras algunas aventuras, esos personajes llegan a ser conocidos en su mundo por un video de cómo Kamtchowsky es violada por dos chicos en el baño de un boliche mientras está drogada. Como se ve, a diferencia de la primera historia, en ésta el lector puede encontrar de todo un poco: hijos de padres setentistas, parejas en busca de parejas para tener sexo, drogas, piratas informáticos, nerds, cumbieros e incluso —y aquí, tal vez para algunos, hace su entrada un gesto algo excesivo— un empleado de MacDonald’s con síndrome de Down que se masturba con Kamtchowsky.
La mezcla de gente, la participación de múltiples tribus urbanas y estados de la cultura, crean una especie de tratado antropológico tal vez incluso más convincente que los que resultan de la relación entre la estudiante y el profesor en la primera historia.
FORMAS POSIBLES. ¿Se trata, a fin de cuentas, de una novela de ideas, de un falso ensayo? Creo que la clave de la obra de Oloixarac pasa por otra parte. Hay que disfrutar de su lectura como se disfruta de una película u otro texto que nos habla en la oreja sobre nosotros mismos y sobre el estado del mundo. No es una novela fácil, hay que ceder y obstinarse a momentos, y es aconsejable tener algo de malicia para leerla y para leer cualquier otra cosa de Oloixarac, que consuma su figura de diva de la narrativa porteña con la escritura constante de un blog (como todos los escritores en esta época de angustia comunicativa) de artículos sobre arte y tecnología, y con su presencia en un grupo musical llamado Lady Cavendish, en el que es la primera voz. Su mérito es enorme, porque desde la literatura denuncia nuestra inherente apatía y ofrece otra visión, opuesta a la convencional, canónica, que habla de géneros y contenidos aceptables y no aceptables. Se podría hablar de los procedimientos intertextuales que ponen de manifiesto una fuerte vocación por el goce literario, de las citas de libros reales o de textos inventados.
Sin embargo, no estoy seguro de que intertextual sea la palabra adecuada. Como anuncia Beatriz Sarlo en su lectura de la novela de Oloixarac, “la intertextualidad pertenece a la época de las bibliotecas reales y de las enciclopedias. Las citas, alusiones y ficciones teóricas de esta novela son de la era Google, que ha vuelto casi inútil el trabajo de hundir citas cifradas porque nada permanece cifrado más de cinco minutos.
“Sylvia Molloy escribió que la erudición borgeana era incierta y poco confiable. Esa cualidad dudosa de la cita, que producía la indeterminación de los textos de Borges, hoy no tiene condiciones de posibilidad: no hay incertidumbre; verdadera, modificada o intacta, la cita siempre se encuentra a pocos golpes de teclado; y las citas falsas no aparecen entre los resultados del buscador. El personaje de la estudiante seductora, por ejemplo, lleva una mochila llena de libros, posee los clásicos en las lenguas correspondientes, clasifica con cartoncitos los estantes de su biblioteca. Pero ella y nosotros sabemos que allí está Google, burlando la colección de libros y artículos sobre papel, como una amenaza a la custodia privada del saber. Después de Google, no hay erudición, sino links”.
33 años tenía Oloixarac (pseudónimo) cuando publicó Las teorías salvajes.
2008 es el año de publicación de la primera edición de esta novela tan comentada y leída
3 son, por lo menos, las grandes historias que se narran y se intercalan en la novela.
En un marco de subversión y pensamiento crítico nace la propuesta de Pola Oloixarac, escritora argentina que desde 2008 viene levantando polvo y haciendo ruido en el campo de la narrativa argentina, tanto por lo original de su primera novela, Las teorías salvajes (Entropía, 2008), como por las violentas reacciones que ha provocado a nivel crítico, la gran mayoría a favor.
“La estudiante seductora lleva una mochila llena de libros, posee los clásicos en las lenguas correspondientes. Pero ella y nosotros sabemos que allí está Google, burlando la colección de libros, como una amenaza a la custodia privada del saber. Después de Google, no hay erudición, sino links”.
Beatriz Sarlo
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