miércoles, 2 de enero de 2019

Apuntes sobre procesos poéticos publicados en 2018



Ni la cronología de las publicaciones ni el alboroto de la publicidad, simplemente la permanencia de las imágenes poéticas en mis pupilas y sus resonancias en mis oídos han incitado la escritura de estos apuntes sobre poemarios publicados en 2018:

Clara de Bernardo Paz canta el recorrido de voces en búsqueda de sí mismas y sabe del arte de trazar senda para emprender camino. El poema presenta el camino como reflejo de uno mismo; entonces transitar un camino, al igual que hace un árbol o un molino, no es dejarlo. Clara, sin desplazamiento o traslado alguno, recorre un camino tapando la luz. En la oscuridad, el vacío la corona y ante él se despierta un deseo, un brío de existir con otra voz, en otra voz. Adentrándose en el camino, otra voz, acaso reflejo de la voz primera, vislumbra una luz que la empuja a ver todo lo extraviado en la oscuridad; entonces se halla a Clara fragmentada y creyente. Se la muestra presa de la oscuridad, representada ésta por un perro negro, cuervo o gato tuerto. La oscuridad-perro aúlla y proclama ser complemento, significado faltante.

Queda entonces hacer un trato con ella: “te entrego a Clara si te entregas”, se escucha decir. Entregarse a la oscuridad es entregarse al vacío. ¿Por qué el poema nos devuelve una y otra vez al vacío? Ahí se encierra una imagen sobre el proceso de creación poética: una existencia frente a la página en blanco, una existencia que se mueve sin trasladarse de lugar, atraída por la luz que desprende la página, construye un abismo para caer desbarrancada.

Cerro de Juan Cristóbal MacLean invoca a la inmensa prominencia de tierra, piedras y sus habitantes. El cerro es el custodio de la memoria; guarda desde la mirada de algún dios que se hizo mito hasta la de un artista que se hizo trazo. El cerro se presenta a la voz poética desde siempre y su permanencia eterna provoca la disolución de fronteras temporales y existenciales. De pronto, la voz poética no sabe si el cerro es aquel que vio en su infancia o es un sueño o es que ha tomado su mirada; no se sabe si la imagen del cerro que se forma en su pupila es idéntica a la que tiene el perro muerto que lo habita. Se sabe del cerro que fue caminata del padre, que su sombra lo acompañaba a casa y que sus quebradas fueron heridas incurables. Se sabe del cerro que fue acompañante de la madre, ahí cuando no existía consuelo, que se fue con él a oscuras al consumirse el cigarro. Del cerro se sabe que se repite en tintas y pupilas y que su atemporal presencia respira pensamientos metafísicos.

Maquinería de Valeria Canelas canta y cuenta sobre la máquina del lenguaje, de cómo éste nace del cuerpo y su memoria, y se hace narración, argumento, artificio. Ahí, cuando la intuición guía ante el vértigo, se enciende el mecanismo del lenguaje y primero se nombra, pero cada nombre es un desierto que se habita y se desconoce, que se afirma y se niega. Cuando las cosas se nombran de nuevo se abre una posibilidad de mundo y se intuye un viaje con finales alternativos. Pero la memoria nos lleva siempre al pasado para transparentar las intenciones del lenguaje y hacer rutina con sutiles variaciones. Sin embargo, la sonoridad del lenguaje, la resonancia del nombre, “el sonido de la llama antes de la palabra incendio”, evoca el tiempo sin correspondencias, cuando habitábamos el abismo sonoro y había palabras con posibilidad de hoguera. En ese abismo se genera el poema, que puede abrir el significado de una palabra: un prendedor, por ejemplo, cual animal embalsamado, metido accidentalmente en una lavadora, gira y gira, gritando, evocando toda tortura.

Finalmente, el poemario De los estados, su ánimo de Marcia Mogro habla sobre el hechizo del lenguaje que deviene en escritura, de cómo el artista deambula por palabras dispersas que demandan un comienzo. La imagen de una casa vacía, erguida en un acantilado y cercada de obstinada bruma es el inicio del encantamiento de la palabra. Ahí, se reinstala el silencio a través del golpe de las olas contra el acantilado y se activa el carácter asombroso de las cosas. Pero estar en la casa es también vivir el desvarío de las tonalidades del atardecer, es rumear con el corazón fragmentos de textos y acostumbrarse a un idioma esencialmente inútil. Habitar el encantamiento de la palabra es en apariencia cautivador: el poeta vive con la angustia del posible desbordamiento de la memoria, de los objetos, de los papeles, de los recovecos, vive encaramado en un acantilado con intenciones crepusculares sobre el mar embravecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario