sábado, 2 de agosto de 2014
Novela. Ccinco siglos y más de un futuro automatizado
Las primeras líneas de Iris le bastan a Edmundo Paz Soldán para sumergir al lector en otro mundo, en otro tiempo, en otra era. Pocas páginas más tarde, el encantamiento resulta ser también el de otra lengua. Los cinco relatos que componen esta novela no sólo apuntan a la construcción de una perspectiva múltiple, sino también a la instauración de un sistema de múltiples entradas, como en esos textos donde cada una de sus unidades interiores recibe por sí misma el nombre de “libro” (el caso más conocido, sería el de la Biblia).
La anécdota no es necesariamente sencilla, pero resultará familiar para cualquier consumidor de ciencia ficción industrializada (es decir, cualquier consumidor cultural de Occidente): en el hostil territorio de Iris, la compañía Sant-Rei lleva adelante operaciones de colonización y explotación minera, echando mano a mercenarios más o menos entrenados, más o menos asalariados, más o menos mecánicos, radicados en el Perímetro. Como es de prever, entre los locales surge un grupo de resistencia violenta bajo la guía de Orlewen, cuyo nombre significa ‘sobreviviente’. El escándalo desatado por el uso ilegal de chitas y drons en la zona, obliga a la renuncia de un Supremo y la apertura de una investigación.
Se despliega así una trama que parece signada por la ambición de condensar todos los tópicos de la imaginación distópica futurista: experimentos nucleares que dejan un área desolada, la contradicción entre evolución y primitivismo (las armas de los soldados son riflarpones), la posibilidad de borrar o implantar memorias, las minas del extraño y novedoso X503 que solo se consigue allí, la explotación de los locales en manos de una corporación, ex seres humanos convertidos en cyborgs y degradados a la condición de no-seres, e incluso la construcción de un mundo donde los personajes duermen en pods y consumen sustancias psicotrópicas.
Mitologías
Lo que deslumbra de la novela, en buena medida, es la densidad resultante de esta abarrotada superposición de tópicos que, de tan establecidos por el género, ni siquiera es preciso explicar. El autor explota a su vez esta dinámica para introducir, camuflado, un elemento fuertemente perturbador: la línea mitológica del culto de Xlött y Malacara, divinidades extrañamente intercambiables y de naturaleza ética demoníaca. De forma ambigua, oscura, el repertorio de la ciencia ficción, género gringo y de traducción por excelencia, se encuentra aquí con las tradiciones precolombinas, la crónica y el archivo de Indias, en el gesto más original y decisivo de la novela. “Todo era leyenda en Iris. Leyendas que había aprendido a respetar; a través de su alarde imaginativo llevaban la fuerza incontestable de la verdad.”
Edmundo Paz Soldán, nacido en Cochabamba, profesor de Literatura Latinoamericana en una universidad estadounidense (Cornell), desanda así el género con el que dentro de los recintos imperiales se imaginan las prácticas neocoloniales, no solo en sus formas más sofisticadas, sino también masivas (Avatar), de la mano de un registro eminentemente latinoamericano, en una operación de contraconquista cultural, pareja al modo en que en Iris el extraño culto político-religioso-terrorista de Xlött se extiende y propaga, casi como maldición, entre los mismos mercenarios e invasores.
El territorio privilegiado de batalla es el lenguaje. Casi por regla general, la ciencia ficción escrita en América latina se divide en dos tradiciones: o bien sigue un español exógeno, ‘de traducción’, o bien se construye en un castellano estándar y literario, exento de cualquier marca de especificidad cultural. No es así en Iris, donde todo suena más complejo. La inevitable invención de neologismos para designar objetos inexistentes abre la puerta a chicanismos, voces inglesas adaptadas a una ortografía española (nau por now, bodi por body, indid por indeed, jom por home, den por then e incluso la transformación de blink en un verbo regular: blinkear), en una práctica que supone una constante invasión de la lengua hegemónica.
Esta perversión originaria se ve acentuada por la incorporación de contracciones ligadas a una oralidad reconocible y de corte claramente regionalista. Lo que se lee no es asimilable al lenguaje de los colonizadores ni al de los irisinos, sino a un lenguaje intermedio, híbrido, resultado de los cruces e intersecciones propios de la situación colonial, espejo a su vez de las tensiones culturales presentes, actuales y concretas en las que no falta, siquiera, una convivencia internacional tirante entre la potencia de explotación y otra potencia aislada, radicada en Sangaì
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